Historia de un leñador en lo profundo del bosque de las ideas.
Idilio
Esta
historia come, y está muy hambrienta. No puede de ninguna manera alimentarse de
lo que proveen las fértiles tierras.
Esta
historia ha nacido en el desierto, acostumbrada ya a la arena y los cactus;
sueña con ser el fondo del océano.
Es
el siempre ignorado leñador en el bosque de extraños pensamientos.
¡Si
mi niña!: este bosque no es como los que tú has imaginado: en el los arboles
tienen como copas sus raíces y, sus hojas enterradas en el suelo, son el abono
que imagina sin parar el futuro de los hombres.
Este
es el bosque primordial, ¡donde las primeras ideas fueron concebidas!
Antaño
los seres humanos podían vagar por él, eran capaces de verlo y fascinarse ante
su complejidad de caminos.
Tenía
el leñador como único castillo, su casilla en medio de aquella tempestad de
raíces y confusión.
¡Creaba
a cada suspiro de su alma una nueva forma de vivir y contemplar!
De
su vertiente parecía nunca agotarse la gota y el suspiro. Anhelaba en sí mismo
la más prodigiosa grandeza.
Por
las mañanas salía este mi leñador amado a cultivar, había decidido desde hace
mucho tiempo, no cortar más que lo necesario del bosque.
Escogía
con mucho cuidado los más robustos árboles; ¡aquellos cuyas raíces fueran
capaces de rozar la punta del cielo!
Jamás
tuvo miedo a ser aplastado por su caída: tenía ya muy bien medido el alcance de
las ideas que pretendía llevar consigo y pulimentar; con el tiempo había
aprendido a comprender donde es, que el comején debilita los troncos.
Las
ideas de tallos torcidos eran buenas para llevarlas al más profundo análisis,
mas era preferible dejarles a su antojo crecer; total y al cabo, tarde o
temprano por su desbalanceado peso, terminarían victimas de sí mismas.
Del
mediodía el sol nunca pudo, a totalidad ver: Siempre bajo la sombra de una
jungla anduvo sus pasos.
En
la tarde jamás miró el ocaso, era el sueño que siempre llegaba tras el
cansancio de aquella soledad.
No
era el trabajo lo que su cuerpo aplastaba hasta rendir de agotamiento: ¡Era
pues la terrible soledad de esa niebla oscura!
Si
alguien decía tener claro el sentido de la vida era el, que vivía en el bosque
de las humanas ideas.
¡Una
mañana, un mediodía, y una tarde más!
¡Una
mañana, un medio día, y una tarde más!
Algunas
ocasiones vio llegar al bosque viajeros: ¿quizá?; ¡amigos!
¡OooH!
¡Si! ¿Cómo no hubiera deseado un amigo en aquella soledad?
Mas
su rostro caía lentamente decepcionado, al verles como entre aquellas raíces,
se perdían para nunca regresar.
Algunos
huían; como incapaces de enfrentarse a aquella complejidad: otros; se perdían
para siempre; inconclusos nunca tuvieron la voluntad suficiente para adentrarse
y no sucumbir: de locos era después su lengua, perdidos creyendo sus propias fantasías
y las de los demás.
Cuando
no faltaron aquellos oportunistas que solo fueron, tomaron un tronco medianamente
atractivo y se perdieron en el mar de la sociedad, haciendo una balsa con su
madera.
Ante
los otros humanos, que si no eran más que simples simios; ellos eran virtuosos
como las olas del mar, que nunca fijas; vagan al son de las mareas.
¡No!
¡Jamás, vio de verdad un amigo!
¡Un
ocaso eterno donde era, a su manera feliz!
Una
tarde, o mañana, o noche: nadie sabe en realidad: Una dama quiso salvaje la
selva cruzar: pero es que era tan inexperta, que ni de las enredaderas se
lograba de aquella prisión liberar.
Era
de verdad la primera vez que contemplaba un ser como ella; que teniendo el más
delicado cuerpo; propicio de verdad para escabullirse de las raíces; no podía
aun liberarse de la tempestad.
Mas
su paso no era errático, parecía que cansada, en ese lugar quisiera para
siempre reposar.
-
¡Por favor!
Así
se dijo el, preocupado y molesto.
-
¿Como por tu propia voluntad deseas perderte para siempre?
Más
al instante se dio cuenta de una enorme estatua, que detrás de ella estaba con
sus ojos cerrados, sonriendo llena de ironía, burla y seriedad.
¡Era
la estatua tan enorme, que de solo verle hacia cualquier faz temblar!
¡Era
el padre fijo y serio, dueño de toda la moral!
¡Había
de verdad pasado el leñador demasiado tiempo entre los bosques!
Tanto
se había alejado de los hombres, que no supo cuando crearon ese gigantesco
coloso de piedra; rígido y mordaz.
Sus
ojos lloraron las más amargas lágrimas, al contemplar lo que aquellos cobardes
crearon, con las ideas que no supieron cargar.
Pusieron
a su nombre, todo lo no conocido y, a sus absurdas batallas le llevaron.
¡Eran
verdaderos asnos que, obsesionados con su propia mierda; danzaban en pos de
ella, llamándole el más divino sol!
Aquel
sol al que, ni el propio leñador se atrevió a dar nombre nunca; temeroso de
volverlo con ello parte de sí mismo: ellos habían mancillado al ponerle al
servicio de sus perturbadas ideas.
¡Obras
sino de monos que creyéndose magníficos genios, se ríen al crear herramientas
para matarse entre ellos!
Pues
este es el coloso que detrás de la joven, la empuja a herirse entre las zarzas.
Esta
es la creación de los seres humanos, que no dándose cuenta les incita a la
muerte buscar, en pos de nada pensar.
Les
ha prometido nunca desampararles, acompañarles por la eternidad.
Les
ha prometido nunca más sufrir, a cambio nada más de, ninguna flor nueva
idealizar.
Les
ha dado en un suspiro todas las respuestas; ha el mismo elaborado las
preguntas. Y hay de aquel que, curioso e infantil; quiera como los gatos, vagar
en medio de la noche, o como los niños, nunca termine de siempre por todo
preguntar.
El
leñador no podía dejar de ver, a aquella mujer luchar contra sí misma.
Por
instantes quiso levantarse a ayudarle: ¿pero qué merito seria esto para ella?
¿Cómo
podía serle digno este bosque, si él le ayudaba a entrar?
Su
sabiduría le había enseñado a no forzar nunca la entrada; era solo la locura la
que esperaba a los incautos, que sin conocerse quisieran en el bosque penetrar.
Y
es que hay que escudriñarse hasta el alma descarnar, y es que hay que hurgar en
la más minina de las propias miradas; sin ni un segundo dejar de poner sobre sí
mismo la propia espada.
¿Cómo
podría sobre otros imponer una senda, si no hay en ellos, animo de emprender
hacia ella sus pasos?
¡También
había aprendido, que él no era guía o creador de caminos ajenos!
Cuando
menos lo único que podía era alzar su candil en medio de la noche, para
guiarles a su oscuridad.
Quiso
pues, dar señas a la joven, hacerla ver con gestos; la forma de sus creaciones
escapar.
¡Pero
si no era terrible aquella escena!
¡Si!
¡No!
- ¡No
puede ser!
Se
dijo tristemente, al ver que los ojos de ella, habían sido por aquel coloso
arrancados.
Los
portaba este como joya en los anillos de sus dedos: uno en la mano izquierda y
el otro en la derecha.
¡Ha
ya, por todos lados cubierto su mirada!
¡Ya
no tiene del porqué luchar!
¡No
sabe que la vida vaya más allá, de su ya guiado destino!
-
¡Pero aún hay esperanza!
Así
se dijo, al ver como en su interior aun anhelaba las flores.
Era
el anhelo en el futuro niño que en su vientre llevaba: ¡Es que casi pareciera
que quisiera a este bosque internarle!
-
¡si, de verdad que aquí le has traído!
-
Mas luchas por tu no entrar: solo casi sin saberlo has venido, sin darte cuenta
de lo que quieres; para mostrarle el inmenso bosque.
-
mis alabanzas para ti maestra divina, que aunque ciega tu alma desea superar en
tu hijo, lo triste de tu condición.
¡Así
el leñador vio como en el bosque una mujer luchaba por llevar a su retoño, a
buen resguardo de aquel coloso inmortal!
Y
aunque ella aun no sepa del porque sus actos, a la inmensa jungla, con el
leñador de sueños le llevará.
Es
verdad también que él nunca le ayudará, y quizá también le deje morir ante las zarzas.
Su hijo aunque sea a la distancia, de la muerte en vida cuidará.
Esto
fue mi niña algo de lo que pasó en el profundo bosque, espero solo sepas
entender mi historia y, el eterno eco en el bosque respetar.
FIN.
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