La princesa, el príncipe y los sapos.
Hubo una vez en un reino
de fantasía, en el ostentoso castillo de alfombras doradas.
La princesa reposa sobre
cojines de cartón; el lujoso diván ve directamente a una gigantesca ventana;
los rayos de la declinante tarde penetran sus pupilas como sonrientes
invitados.
Piensa ella en el coro de
los ángeles; en los cantos de los niños de la capilla.
Piensa ella en su bello
príncipe. A su alrededor no faltan los más deliciosos y suaves dulces, las más
delicadas y frescas flores.
Piensa ella en su
magnífico caballero.
Y es así como pasan los
meses; su padre está ya cansado de traer a los más elegantes candidatos, y es
que es el mismo, quien los ha elegido.
La princesa en su
desesperación busca ayuda en los bosques.
En la noche fría y
húmeda; de psicóticos grillos y eterno rumor.
Allí reposa la bruja;
bajo el árbol de la suerte; tira los dados y ríe a carcajadas; se toma de los
cabellos; los arranca de puro estupor.
cae el seis, cae el
cuatro, ninguno le interesa sólo el dos.
La joven princesa se
acerca sin saber, del porque lo ha elegido, del porque busca en la oscuridad.
Se dirige sonriente y
burlona la bruja al sereno suelo, bajo la sombra que da sombra a la propia
noche.
- ¿Es que acaso no sabeis
que las brujas tenemos prohibido el amor?
La princesa se
sobresalta, piensa en que fuerza interna, ha sido capaz de promover en ella
este viaje al bosque.
- ¿Es acaso la
desesperación? ¡Mi príncipe! ¿DONDE ESTAS?
La bruja la escucha;
levanta muy atenta su cabeza, y a media sonrisa escucha a la princesa.
- ¡ME HA MATADO, LA
PROPIA VIDA! Con su indiferencia ha ahogado los latidos de mi corazón.
La bruja maliciosa y
pendenciera se le acerca, y con su voz quebrada y reseca dice a la joven.
- ¿que buscais? ¡Yo puedo
ayudarte! Puedo hacer para ti al príncipe que más quieras.
La princesa le ve
sorprendida; piensa rápidamente; entre el miedo y la alegría contesta a la
siniestra anciana.
- ¿Qué? Puedes tu hacer a
aquel que yo pueda amar. No ha habido caballero a mi altura, no ha habido quien
con sus perlas me haga desmayar.
La bruja le contesta.
- ¿No haz conocido a tu
príncipe? ¡Yo hoz lo puedo presentar!
- Mi recompensa será nada
mas un huevo de mujer, quiero un hijo a quien educar.
Así responde la princesa
entre la seguridad y el nerviosismo.
- ¡Que así sea mujer! Un
huevo de princesa, una vez al mes para ti he de cultivar.
La bruja ríe a carcajadas
y dice con un grito voraz.
- HOY HE GANADO UN HIJO,
Y NO HE PERDIDO NADA.
- cada mes vendrá a tu
palacio un príncipe; su reino nunca va el a anunciar, tu corazón saltará con
solo verle, y de el te haz de enamorar.
Así partió la princesa
nuevamente a su palacio.
A la mañana el toque de
trompetas la hizo despertar; un bello príncipe de origen desconocido se paseaba
por las calles del reino.
Repartía dulces y flores,
su sonrisa nadie fue capaz de despertar.
Llegó por fin a palacio,
casi sin presentación alguna se dirige a las delicadas manos de la princesa, y
un suave beso hace a esta suspirar.
Van directamente a los
jardines; el rey no pone objeción alguna; como si fuera su propia persona
confía ciegamente en aquel extraño que lleva a su hija.
La princesa vive junto a
su reciente enamorado las más excitantes y únicas caricias; la acompaña este de
lindas flores, suaves y dulces engaños.
Pero entre tanta
felicidad aparente, aun su jardín se encuentra a medias luces; y es que hace
falta tanto una sonrisa.
Así dice ella con el paso
de los días.
- Qué dicha tengo de
tener a mi lindo príncipe; ¡pero es que este no es aquel con el que he soñado!
El príncipe escucha sin
querer sus palabras y sufre. Sabe bien qué su vida depende de que este amor
perdure. Que la bruja le ha sacado del pantano para ser amado por la bella
princesa.
Llega la princesa a su
habitación; el príncipe desea colarse por la ventana; pero sus pequeñas patas
de sapo no le dejan subir a la altura de aquel amplio portal.
Siente entonces la
princesa un agudo punzón en la parte baja de su abdomen; ignora el hecho y sé
dispone a dormir.
A la mañana siguiente el
sonido de firmes cascos de caballos. Un príncipe ha llegado desde el Reino de
la alegría.
Con su simpatía ha
cautivado a todo el reino. No ha dado regalos; pero si sonrisas y sarcasmos.
Llega por fin al
castillo, un ejército de bufones se ríen a cada uno de sus pasos.
Más la princesa se
muestra ante el indispuesta y acepta sólo de cortesía salir con el a los
callejones de palacio.
A pesar de su desagrado
inicial; conforme le fue conociendo, lo reconoció como alguien de mucho valor.
Era muy generoso y siempre tenía un chiste genial para hacer sonreír a la
joven.
Pasaron así los días y
ella cada vez le fue tomando más y más cariño. Pero no era aquel cariño
especial y profundo; de suaves flores y caricias.
Eran pues las manos de un
hermano o un hijo las que ella sentía entre las suyas.
Eran pues las manos de un
amigo, no las de un amante.
Así el príncipe fue
marchitando su dulce sonrisa; ya no había nada por cuanto el pudiera hacer, que
quitará de sus ojos la terrible decepción en la mirada de la princesa.
Se sentía no sólo
avergonzado, sino también impotente; ¿no había el salido del pantano y luchado
contra todos los de la charca? ¿No había logrado pasar por sobre todos para ser
elegido por la bruja?
¡Pero nada importa! Si no
era capaz de conquistar el amor de su princesa.
Parte esa noche ella a su
habitación, trata el príncipe de entrar por el techo sin ser visto: más su
panza de sapo le hace resbalar y caer estrepitosamente al frío y húmedo suelo.
Allí encuentra al primer
sapo, y juntos cantan en aquella noche por el amor de la hermosa princesa.
Un tímido toque saca algo
de la entrepierna de la princesa.
A la mañana siguiente se
escucha una gran algarabía en todo el reino; un príncipe misterioso ha llegado.
Más este a diferencia de
los otros trae en su rostro una máscara que impide, se pueda ver la plenitud de
su rostro.
Bellas doncellas arrojan
a su paso pétalos blancos.
Reparte dulces, flores,
panes y sonrisas.
En su traje no faltan más
estrellas; se sabe a simple vista de un héroe sin comparación.
Llega al castillo y son
los propios nobles quienes esta vez le abren las puertas maravillados.
La princesa al verle
siente en su pecho como si un millón de estrellas danzantes rieran a
carcajadas.
Su piel se ruboriza, su
rostro como baño de Maria, y sus manos de temblorosa nieve.
El no besa sus manos; no
se acerca a su rostro; enfrente de todo el reino le descalza y besa suavemente
cada uno de los dedos de sus pies.
La corte no tiene tiempo
de escandalizarse ante lo acontecido; solo hay en esa habitación espacio para
la más profunda admiración.
Por fin, delante de todo
el mundo toma a la princesa entre sus brazos y la carga; entre un arrullo y un
suspiro hacia los más oscuros rincones del castillo.
Le muestra sus fórmulas y
secretos conjuros; quita de su rostro su máscara y le muestra a ella su
angélico rostro.
Pero es que es una
endiablada belleza, una belleza que le asusta por su complejidad.
Una tarde ella hablaba
consigo misma, y una mosca escuchaba
cada una de sus palabras.
Voló la mosca a la torre
más alta; donde el príncipe hacia ya sus fórmulas.
Así le repite a detalle
lo dicho por la princesa.
"- ¡He querido a un
bello príncipe, acorde a todos los deseos y provocar con ello todas las
envidias!
- más no he podido nunca
amarles por completo; hay siempre en ellos algo que me repugna, ¡sufro por no
encontrar el amor!"
Al escuchar esto el parte
sobresaltado a buscar a la joven, antes de que caiga la noche, ya que sabe, que
si parte hacia su habitación decepcionada, el inmediatamente se convertirá en
un sapo del pantano.
Entonces llega el
príncipe donde ella reposaba y le dice.
- ¡Hola mi querído amor!,
mi bella y enigmática princesa.
Ella lo ve con ojos
sorprendidos, mientras la piel blanca y tersa del príncipe toma tono verde y
escamoso.
- ¿Es que acaso no sabes
que un beso es capaz de convertir a un sapo en príncipe? Cuando se ama, incluso
si se ama a un sapo, este se convierte por la magia del amor en un bello
príncipe azul: ¿es que acaso no habeis entendido la parábola?
- y es que cuando la
decepción o la indiferencia se apoderan de vuestros ojos; incluso el más
gallardo de entre los príncipes, en sapo se convertirá.
- Mira que tu sinsentido
a regalado a la bruja dos de vuestros hijos.
- Y mira que por tu
inconformidad haz vuelto locos de amor a tres sapos; que mejor no hubiéramos
salido nunca del pantano, así jamás hubiéramos sabido lo duro del desprecio de
una princesa, ni nuestros corazones tendrían que sufrir por lo perdido, por lo
que nunca se pudo del todo tener.
Esas fueron las últimas
palabras del príncipe, antes de que la noche diera paso a su trágica
transformación.
Y es así que la princesa
lloro mucho por aquellos sapos, que fueron los príncipes que nunca supo
valorar.
Les soltó en el estanque
de palacio, con el tiempo se dejaron amar de bellas doncellas, y sus formas y
armaduras pudieron recobrar.
¿Y que paso con la
princesa?
Amo por fin sin poner
condiciones, amo con el corazón y sin ideales.
Fin.
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