viernes, 19 de agosto de 2016

Idilio




Historia de un leñador en lo profundo del bosque de las ideas.




Idilio


Esta historia come, y está muy hambrienta. No puede de ninguna manera alimentarse de lo que proveen las fértiles tierras.

Esta historia ha nacido en el desierto, acostumbrada ya a la arena y los cactus; sueña con ser el fondo del océano.

Es el siempre ignorado leñador en el bosque de extraños pensamientos.

¡Si mi niña!: este bosque no es como los que tú has imaginado: en el los arboles tienen como copas sus raíces y, sus hojas enterradas en el suelo, son el abono que imagina sin parar el futuro de los hombres.

Este es el bosque primordial, ¡donde las primeras ideas fueron concebidas!

Antaño los seres humanos podían vagar por él, eran capaces de verlo y fascinarse ante su complejidad de caminos.

Tenía el leñador como único castillo, su casilla en medio de aquella tempestad de raíces y confusión.

¡Creaba a cada suspiro de su alma una nueva forma de vivir y contemplar!

De su vertiente parecía nunca agotarse la gota y el suspiro. Anhelaba en sí mismo la más prodigiosa grandeza.

Por las mañanas salía este mi leñador amado a cultivar, había decidido desde hace mucho tiempo, no cortar más que lo necesario del bosque.

Escogía con mucho cuidado los más robustos árboles; ¡aquellos cuyas raíces fueran capaces de rozar la punta del cielo!

Jamás tuvo miedo a ser aplastado por su caída: tenía ya muy bien medido el alcance de las ideas que pretendía llevar consigo y pulimentar; con el tiempo había aprendido a comprender donde es, que el comején debilita los troncos.

Las ideas de tallos torcidos eran buenas para llevarlas al más profundo análisis, mas era preferible dejarles a su antojo crecer; total y al cabo, tarde o temprano por su desbalanceado peso, terminarían victimas de sí mismas.

Del mediodía el sol nunca pudo, a totalidad ver: Siempre bajo la sombra de una jungla anduvo sus pasos.

En la tarde jamás miró el ocaso, era el sueño que siempre llegaba tras el cansancio de aquella soledad.

No era el trabajo lo que su cuerpo aplastaba hasta rendir de agotamiento: ¡Era pues la terrible soledad de esa niebla oscura!

Si alguien decía tener claro el sentido de la vida era el, que vivía en el bosque de las humanas ideas.

¡Una mañana, un mediodía, y una tarde más!

¡Una mañana, un medio día, y una tarde más!

Algunas ocasiones vio llegar al bosque viajeros: ¿quizá?; ¡amigos!

¡OooH! ¡Si! ¿Cómo no hubiera deseado un amigo en aquella soledad?

Mas su rostro caía lentamente decepcionado, al verles como entre aquellas raíces, se perdían para nunca regresar.

Algunos huían; como incapaces de enfrentarse a aquella complejidad: otros; se perdían para siempre; inconclusos nunca tuvieron la voluntad suficiente para adentrarse y no sucumbir: de locos era después su lengua, perdidos creyendo sus propias fantasías y las de los demás.

Cuando no faltaron aquellos oportunistas que solo fueron, tomaron un tronco medianamente atractivo y se perdieron en el mar de la sociedad, haciendo una balsa con su madera.

Ante los otros humanos, que si no eran más que simples simios; ellos eran virtuosos como las olas del mar, que nunca fijas; vagan al son de las mareas.

¡No! ¡Jamás, vio de verdad un amigo!

¡Un ocaso eterno donde era, a su manera feliz!

Una tarde, o mañana, o noche: nadie sabe en realidad: Una dama quiso salvaje la selva cruzar: pero es que era tan inexperta, que ni de las enredaderas se lograba de aquella prisión liberar.

Era de verdad la primera vez que contemplaba un ser como ella; que teniendo el más delicado cuerpo; propicio de verdad para escabullirse de las raíces; no podía aun liberarse de la tempestad.

Mas su paso no era errático, parecía que cansada, en ese lugar quisiera para siempre reposar.

- ¡Por favor!

Así se dijo el, preocupado y molesto.

- ¿Como por tu propia voluntad deseas perderte para siempre?

Más al instante se dio cuenta de una enorme estatua, que detrás de ella estaba con sus ojos cerrados, sonriendo llena de ironía, burla y seriedad.

¡Era la estatua tan enorme, que de solo verle hacia cualquier faz temblar!

¡Era el padre fijo y serio, dueño de toda la moral!

¡Había de verdad pasado el leñador demasiado tiempo entre los bosques!

Tanto se había alejado de los hombres, que no supo cuando crearon ese gigantesco coloso de piedra; rígido y mordaz.

Sus ojos lloraron las más amargas lágrimas, al contemplar lo que aquellos cobardes crearon, con las ideas que no supieron cargar.

Pusieron a su nombre, todo lo no conocido y, a sus absurdas batallas le llevaron.

¡Eran verdaderos asnos que, obsesionados con su propia mierda; danzaban en pos de ella, llamándole el más divino sol!

Aquel sol al que, ni el propio leñador se atrevió a dar nombre nunca; temeroso de volverlo con ello parte de sí mismo: ellos habían mancillado al ponerle al servicio de sus perturbadas ideas.

¡Obras sino de monos que creyéndose magníficos genios, se ríen al crear herramientas para matarse entre ellos!

Pues este es el coloso que detrás de la joven, la empuja a herirse entre las zarzas.

Esta es la creación de los seres humanos, que no dándose cuenta les incita a la muerte buscar, en pos de nada pensar.

Les ha prometido nunca desampararles, acompañarles por la eternidad.

Les ha prometido nunca más sufrir, a cambio nada más de, ninguna flor nueva idealizar.

Les ha dado en un suspiro todas las respuestas; ha el mismo elaborado las preguntas. Y hay de aquel que, curioso e infantil; quiera como los gatos, vagar en medio de la noche, o como los niños, nunca termine de siempre por todo preguntar.

El leñador no podía dejar de ver, a aquella mujer luchar contra sí misma.

Por instantes quiso levantarse a ayudarle: ¿pero qué merito seria esto para ella?

¿Cómo podía serle digno este bosque, si él le ayudaba a entrar?

Su sabiduría le había enseñado a no forzar nunca la entrada; era solo la locura la que esperaba a los incautos, que sin conocerse quisieran en el bosque penetrar.

Y es que hay que escudriñarse hasta el alma descarnar, y es que hay que hurgar en la más minina de las propias miradas; sin ni un segundo dejar de poner sobre sí mismo la propia espada.

¿Cómo podría sobre otros imponer una senda, si no hay en ellos, animo de emprender hacia ella sus pasos?

¡También había aprendido, que él no era guía o creador de caminos ajenos!

Cuando menos lo único que podía era alzar su candil en medio de la noche, para guiarles a su oscuridad.

Quiso pues, dar señas a la joven, hacerla ver con gestos; la forma de sus creaciones escapar.

¡Pero si no era terrible aquella escena!

¡Si! ¡No!

- ¡No puede ser!

Se dijo tristemente, al ver que los ojos de ella, habían sido por aquel coloso arrancados.

Los portaba este como joya en los anillos de sus dedos: uno en la mano izquierda y el otro en la derecha.

¡Ha ya, por todos lados cubierto su mirada!

¡Ya no tiene del porqué luchar!

¡No sabe que la vida vaya más allá, de su ya guiado destino!

- ¡Pero aún hay esperanza!

Así se dijo, al ver como en su interior aun anhelaba las flores.

Era el anhelo en el futuro niño que en su vientre llevaba: ¡Es que casi pareciera que quisiera a este bosque internarle!

- ¡si, de verdad que aquí le has traído!

- Mas luchas por tu no entrar: solo casi sin saberlo has venido, sin darte cuenta de lo que quieres; para mostrarle el inmenso bosque.

- mis alabanzas para ti maestra divina, que aunque ciega tu alma desea superar en tu hijo, lo triste de tu condición.

¡Así el leñador vio como en el bosque una mujer luchaba por llevar a su retoño, a buen resguardo de aquel coloso inmortal!

Y aunque ella aun no sepa del porque sus actos, a la inmensa jungla, con el leñador de sueños le llevará.

Es verdad también que él nunca le ayudará, y quizá también le deje morir ante las zarzas. Su hijo aunque sea a la distancia, de la muerte en vida cuidará.

Esto fue mi niña algo de lo que pasó en el profundo bosque, espero solo sepas entender mi historia y, el eterno eco en el bosque respetar.

FIN.





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