El
trasplante.
Corre el año
2600. Mi débil condición me hace difícil incluso escribir estas líneas.
Toda mi vida
la he dedicado a la obtención de la mayor comodidad: he así acumulado una de
las más grandes fortunas del mundo.
Se me
admitía en todos los más altos círculos sociales, mi despertar siempre había
sido junto a una bella dama, ¡y es que la vida era tan fácil en ese aspecto que
para los demás es un gran reto!
El dinero no
era un limitante para mí: comía de lo que más me gustaba, vivía en los mejores
lugares, mi capital me permitía disfrutar de cada uno de los placeres que este
mundo es capaz de proveer.
Fue hace ya
unos años que se desató en todo el planeta una terrible epidemia, el virus
"H" ha sido resistente a toda nuestra ciencia.
Como sabrían
los pobres astronautas que aquella misión al cometa Menfis, les haría traer
consigo a un huésped inesperado.
El terrible extremófilo
se aferró a sus trajes herméticos como
lo hace el hambriento a la fresca hogaza de pan.
Nadie jamás sospechó
que ellos traían consigo el causante de la muerte del cincuenta por ciento de
la población humana.
¡Ha! ¡Qué
terrible! Si es que mi fortuna se debe justamente a ese fatídico huésped.
Rápidamente
invertí mi herencia en acaparar medicamentos; justo de los más necesarios: y es
que tener un informante siempre es útil en esta carrera por la búsqueda del
capital a toda costa.
¡Pero! ¿Es
acaso esto justicia divina?
Me creía yo
inmune a las enfermedades de los pobres y miserables; de estos a los que
siempre he vampirizado.
¡Sí! El
virus H se coló un día por mi ventana; no he querido describir sus efectos
antes; ya que es mi intención sea mi propia experiencia la que escuches, y no
las del libro de texto.
Es pues como
una sucia lombriz: se apodera lentamente de cada parte de tu cuerpo, por las
noches cálidas sientes como se desliza como turbulenta gusanera. Es una picante
y aguda picazón de la cual rascarse no hace sino intensificar sus efectos.
Mis
extremidades son solo ya gigantescos y húmedos panes: blandos y supurantes.
No se
conforma con matar rápidamente a todo mi sistema inmunitario; sino que siembra
en mis entrañas a un microscópico carroñero.
El las
noches de angustia suelo soñar con el: algo que es común en todos los
pacientes; nos muestra imágenes de un planeta de volcanes y rocas sudorosas.
Gigantescas cavernas
y árboles de oscuros minerales.
Nadie sabe
si ese es su planeta de procedencia, o si es algo interno de nuestro
inconsciente que él hace surgir al penetrar áreas de nuestra mente que siempre
nos han sido ajenas.
¡Así es la
vida! ¡Así es ahora mi vida! ¡Preso de un huésped en mi propio cuerpo!
No ha habido
nada que me procure paz ni reposo; ¡temo del agua! ¡Temo de la comida!, temo
incluso de la brisa de la tarde.
¡Solo deseo
morir! ¡Sí! ¡Morir!
¡Más temo! Temo
a la muerte por sobre todas las otras cosas.
Que
valientes aquellos niños de américa central; que se entregaban a la muerte sin
poner más reparo: lo vi en aquella tarde, en donde me llenaba de júbilo pensar
en mis ganancias.
Aquel niño
se retorcía de dolor en frente mío: en aquella época el virus no sufría su
primera mutación, y los medicamentos que tenía en mi avión le hubieran salvado
sin lugar a dudas.
¡Como
quisiera regresar atrás pequeño y darte de mis medicinas! ¡Me odio a mí, y al
tiempo!; por no poder regresar a ayudarte.
El ser
humano sólo se hace sensible al dolor ajeno cuando sobreviene en el la
desgracia.
Pero daría
toda mi fortuna por tener siquiera un poco de empatía en el pasado.
Ha llegado
hoy una carta de la universidad de Alejandría: fundada en el 2048, su misión es
recuperar a manera de la antigua biblioteca; todo el saber humano en un solo
sitio, sus estudiantes proceden de todos los rincones del imperio, son
seleccionados no por sus altas notas solamente, sino por perfiles psicológicos
elaborados por las computadoras más potentes del mundo, las cuales registran
cada uno de los pasos y acciones de los habitantes del planeta.
Por sus
pasillos vagan como zombis maniáticos los más grandes genios de la humanidad; jugando
en su imaginación con las más gloriosas y terroríficas teorías y conocimientos.
La carta
reza de esta forma:
"Universidad
de Alejandría.
Departamento
de ingeniería humana.
Nos
dirigimos a usted; estimado señor L, la presente carta es para notificarle de
los últimos avances en ingeniería humana.
Tenemos el
placer de anunciarle de un experimento que podría resolver su problema con el
virus H.
Hemos
analizado a fondo su caso, y hemos determinado que su cabeza no ha sido
afectada físicamente por el virus H.
Aunque si su
cuerpo y sistemas en general presentan graves daños.
Como usted sabe
los trasplantes de cabeza se han hecho con anterioridad en animales: más nos ha
sido imposible por motivos legales practicar estas operaciones en seres
humanos.
Han pasado
ya muchos años desde aquella época en la cual la humanidad trasplanto la cabeza
a aquellos monos, el problema de la medula ha sido resuelto de forma
satisfactoria.
Ciertamente
usted no recibiría el cuerpo de otra persona, sino más bien un robot, el cual
conectaríamos directamente a las terminales nerviosas de su cerebro.
Esperamos
que el virus no afecte a su cabeza, ya que se sabe que el virus H, por algún
motivo aún no determinado, no afecta el área por encima del cuello.
Esperamos
pueda cuanto antes presentarse a nuestros laboratorios para iniciar los
preparativos.
Atentamente:
Universidad de Alejandría.”.
Me levanté a
la mañana siguiente, mi alegría y esperanza en una cura a mi triste condición
daba fuerza a mis ya atrofiados pensamientos.
Mi lujoso
vehículo se estacionó frente a los gigantescos portales, me saludan dos enormes
estatuas labradas en piedra; su imponencia me deja perplejo, portan estas
gigantescos escudos, y sus espadas reposan erguidas al lado de sus piernas
izquierdas.
¡Ho!
Gigantescos colosos de rostros solemnes, porque la vida me coloca en esta
difícil condición; ¡he querido ser como ustedes inmutable y magnánimo!
He querido
como ustedes ser un obstáculo a los vientos fuertes: quien en los tiempos buenos
no piensa en su fragilidad comete uno de los más grandes errores.
Estos son
para mí los tiempos de las vacas flacas; unas vacas que yo mismo me he
encargado de llevar al raquitismo.
Mi camilla
se paseaba lentamente; era yo ahora acarreado por mi chofer: ¡yo! Que jamás
había permitido nunca dejarme llevar a otras piernas.
Los
estudiantes miraban expectantes y curiosos a la momia que se conducía hacia los
laboratorios de ingeniería humana.
No fue un
rostro amigo quien me recibió; para el doctor M, no era yo más que un conejillo
de indias.
¿Dónde quedó
el honorable hombre de negocios? ¿Dónde quedó mi dignidad? ¡Si es que el perro
moribundo a la orilla de la carretera debe sentirse feliz con siquiera una
mirada! Dichoso yo que poseo dinero y poder, que como ruidoso cascabel, llama
sobre mí la atención de los transeúntes.
Así se
dirige a mí el doctor M, con un aire solemne y frío en su voz.
- Sepa usted
que es muy afortunado de ser el candidato para está pionera operación.
- Le informo
también que los altos costes de la misma no pueden ser provistos por la
universidad, he aquí del motivo por el cual usted ha sido elegido.
- aquí
traigo para usted este contrato; en donde autoriza sean debitado de sus cuentas
todos los gastos asociados.
- esperamos así
mismo que usted pueda con la suficiente sabiduría y prudencia dar declaraciones
a los medios una vez terminada la operación.
Así entonces
firmé todos los documentos sin prestar reparo a nada, nunca en toda mi vida me
había sentido tan ansioso de estampar mi firma en un contrato.
Así me ve
con rostro complacido el doctor M, y me dice:
- esto es
todo por ahora, le pondremos en un régimen estricto de alimentación y
medicamentos, esto con el fin de limpiar todo su sistema y eliminar todo
residuo de virus y bacterias; tales medicamentos le matarían en condiciones
normales, pero ya que no necesitamos nada de su cuerpo podemos sin ningún
problema matarlo junto a los entes ajenos.
Me dejó, sin
ningún tipo de simpatía ni agrado, solo me dejó sólo.
Luego llegó
una enfermera robot y entubó todo mi cuerpo. Cubrió de sondas todo orificio visible
y no visible de mí ser.
Las horas
pasaban lentas y tortuosas, los ruidos fuera de mi habitación me hacían
agonizar de angustia.
Escuchaba
las pláticas de los doctores y estudiantes.
Algunos eran
de una calidad humana grande y se preocupaban por sus pacientes.
Otros no
hacían sino bromear sobre algunas condiciones, cuando no, apostaban a que
paciente sería el primero o el último en morir.
Por las
tardes había tiempos en los cuales el silencio me invadía; no tenía más remedio
que entregarme a mis ensoñaciones: en qué cosas haría al recobrar nuevamente mi
vida.
En mi
segundo día escuche un gran revuelo en los pasillos, al parecer un niño
entraría al laboratorio; muchos se sentían indignados, otros no eran más que
indiferentes y fríos ante el hecho.
Según escuché,
el niño; el cual estaba infectado sería usado para testear diferentes vacunas
contra el virus H.
Me sentí en
parte reflejado en aquella frialdad: y es que cuando, antes de cierta edad nos
sentimos invencibles y pensamos que no hay nada más importante en el mundo que
cumplir nuestras metas y aspiraciones: que podría importar a aquellos jóvenes
doctores la humanidad de aquel pequeño, si por encima de él, está en juego la
posibilidad del reconocimiento como grandes científicos.
Al parecer
el niño se mostraba muy activo, y mantenerlo sedado no era una opción debido a
que temían, esto impidiera la propagación del virus en su cuerpo; así que le
dejaban pasear libre por los pasillos del laboratorio.
Total, ¿que
podría hacer un niño?
Una tarde,
justo a las doce del mediodía, le vi cerca de la puerta que daba paso a mi
habitación, el parecía decirse a si mismo cosas.
Así le
escuchaba aquel en un tono susurrante.
“- No te
preocupes, todo estará bien, el doctor ha prometido que una vez te cures,
podrás regresar con mami, y le darán mucho dinero para que puedas vivir alegre
para siempre jamás.
- Él no se
mira malo, se parece a las momias que salen en los libros de cuentos.”
Se acercó a
mí con pasos algo titubeantes y firmes: parecía entonces que media mi reacción,
ya que la confianza de su paso dependía de los gestos de mi rostro.
Así, ya muy
cerca de mí me dice de forma tierna y serena.
- No te
preocupes, solo estarás aquí hasta que te cures, el doctor te quitara los
vendajes y podrás regresar con tu mamá.
Me platicaba
el de sus juegos y aventuras, decía que sus juguetes eran sus amigos, y que los
llevaría consigo, cuando lleno de dinero y curado, regresaría con su mamá.
No quería yo
arruinar su felicidad con la dura realidad.
Que no era
el más que un experimento más del laboratorio y que moriría seguramente a causa
de los múltiples virus insertados en su sistema.
No entendía
yo como esto puede ser legalmente posible: mas recordé que en mi pasado hice
firmar varias veces a los padres de
niños moribundos, contratos en donde estos me eran entregados para hacer pruebas
de nuevos medicamentos, esto claro en países del tercer mundo, donde no
existían limitaciones legales que impidieran este tipo de prácticas.
Así le dije
con voz suave y quebrada.
- Me alegra
que puedas tener esperanza y alegría pequeño, me alegra también que no me
temas, y puedas acercarte a mí.
El me
respondió sereno y confiado.
- No tengo
porque temer, puedo ver en tu rostro que no eres una mala persona, además mi mami
me dijo que aquí todos eran muy amables y que me tratarían muy bien.
- Ya es hora
de que me vaya, el doctor dice que hoy se me pondrá la última de mis medicinas,
que solo sentiré un pinchazo y dormiré plácidamente, y que cuando despierte, ya
será junto a mi mami en un hermoso paraíso.
- Pero le
dejare este juguete, para que no se sienta solo en mi ausencia, le llamo
capitán espíritu, es uno de los mayores héroes del universo, y vive en el
corazón del cosmos.
Así me dejo
aquel juguete, que parecía reprochar a mí ser la perdida de mi héroe interior.
Recordé las
tardes de juegos en la mansión de mis padres, en donde jugaba a rescatar el
mundo del mal y las injusticias.
Se fue,
desapareció de mi vista, la enfermera robot le llevó, y él se dirigía al
matadero; como si se tratase de los brazos de su amada madre, la cual
seguramente le vendió por una cantidad lastimosa y miserable.
No perdí ni
un instante, hice llamar inmediatamente al doctor M.
El llego con
un aire de molestia en su rostro, cargaba un asistente digital en sus manos, en
donde tenía archivos de cada uno de los experimentos, a los cuales mal llamaba
pacientes.
Así me dijo
serio.
- Sea breve
por favor en sus comentarios, le aseguro que tengo muchos asuntos pendientes, y
que atenderle a usted es un atraso en mis labores.
Así le dije
titubeante y nervioso.
- Le he
llamado porque deseo hacer un cambio en mi operación, mi intención es que esta
no sea aplicada a mí, sino a aquel niño que ustedes tienen como experimento.
El me
responde algo molesto.
- ¡No será
eso posible!, en primer lugar los costos de la operación consumirán tres
cuartas partes de su fortuna, y solo es posible con ese capital elaborar un
cuerpo robot.
- Otro de
los motivos, y no menos importante, es que su cuerpo ha sido infectado con
potentes antibióticos, los cuales no matan solamente a los intrusos, sino que
también a todos sus órganos internos; usted sin el robot no será capaz de
sobrevivir.
Entonces le
respondo al Doctor M, muy serio y decidido, con una claridad única en mi voz, una
claridad que no me había sido posible en muchos años.
- Le he
escrito ya un correo certificado a mi abogado, él se ha encargado a través de una
red, de proveerme de todos los datos de este pequeño, efectivamente, su madre
le ha vendido al laboratorio.
- Sepa
usted, que he hecho ya mi testamento, en donde dejo a este pequeño el resto de
mi fortuna
- Me he
permitido en esta ocasión la oportunidad de no pensar tanto, ya que el tiempo
juega en mi contra en este momento.
- por tanto
ahora solo queda pendiente con usted, el asunto de la operación.
- Sepa
doctor, que no deseo mi vida, si tendré que cargar en mi consciencia, que he
dejado morir a este pequeño, ¡y esto no es por lástima!, sino porque él me ha
mostrado a un héroe que he conocido de niño, y en el paso de la vida, creí
haber perdido para siempre.
El doctor M,
no hizo más que encogerse de hombros, hacer como si nada a mis emotivas
explicaciones, corregir los términos del contrato, y extender a mi mano las
nuevas clausulas.
Narrador.
Así fue como
el cuerpo del señor L, fue destinado al repositorio de cadáveres, y luego
enterrado en una fosa común.
En cuanto al
niño: se convirtió este en el primer ser humano robot del planeta, con la gran
fortuna heredada del señor L, fue capaz de cumplir todos sus sueños.
Con el paso
del tiempo se convirtió en un prominente científico, y jamás supo que aquella
extraña momia de la camilla, había sido quien le procuró la vida.
Jamás supo
tampoco lo que su madre había hecho con él: ya que el señor L, dejo muy claro,
que debía ser entregado a una de las mejores escuelas internado del imperio, y
que se le dijera que su madre había muerto al vender sus propias entrañas para
pagar parte de su operación.
Fin.
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