miércoles, 20 de mayo de 2015

El trasplante

Historia de un futuro no muy lejano, en donde un hombre se da cuenta del verdadero valor de las cosas.






El trasplante.

Corre el año 2600. Mi débil condición me hace difícil incluso escribir estas líneas.

Toda mi vida la he dedicado a la obtención de la mayor comodidad: he así acumulado una de las más grandes fortunas del mundo.

Se me admitía en todos los más altos círculos sociales, mi despertar siempre había sido junto a una bella dama, ¡y es que la vida era tan fácil en ese aspecto que para los demás es un gran reto!

El dinero no era un limitante para mí: comía de lo que más me gustaba, vivía en los mejores lugares, mi capital me permitía disfrutar de cada uno de los placeres que este mundo es capaz de proveer.

Fue hace ya unos años que se desató en todo el planeta una terrible epidemia, el virus "H" ha sido resistente a toda nuestra ciencia.

Como sabrían los pobres astronautas que aquella misión al cometa Menfis, les haría traer consigo a un huésped inesperado.

El terrible extremófilo  se aferró a sus trajes herméticos como lo hace el hambriento a la fresca hogaza de pan.

Nadie jamás sospechó que ellos traían consigo el causante de la muerte del cincuenta por ciento de la población humana.

¡Ha! ¡Qué terrible! Si es que mi fortuna se debe justamente a ese fatídico huésped.

Rápidamente invertí mi herencia en acaparar medicamentos; justo de los más necesarios: y es que tener un informante siempre es útil en esta carrera por la búsqueda del capital a toda costa.

¡Pero! ¿Es acaso esto justicia divina?

Me creía yo inmune a las enfermedades de los pobres y miserables; de estos a los que siempre he vampirizado.

¡Sí! El virus H se coló un día por mi ventana; no he querido describir sus efectos antes; ya que es mi intención sea mi propia experiencia la que escuches, y no las del libro de texto.

Es pues como una sucia lombriz: se apodera lentamente de cada parte de tu cuerpo, por las noches cálidas sientes como se desliza como turbulenta gusanera. Es una picante y aguda picazón de la cual rascarse no hace sino intensificar sus efectos.

Mis extremidades son solo ya gigantescos y húmedos panes: blandos y supurantes.

No se conforma con matar rápidamente a todo mi sistema inmunitario; sino que siembra en mis entrañas a un microscópico carroñero.

El las noches de angustia suelo soñar con el: algo que es común en todos los pacientes; nos muestra imágenes de un planeta de volcanes y rocas sudorosas.

Gigantescas cavernas y árboles de oscuros minerales.

Nadie sabe si ese es su planeta de procedencia, o si es algo interno de nuestro inconsciente que él hace surgir al penetrar áreas de nuestra mente que siempre nos han sido ajenas.

¡Así es la vida! ¡Así es ahora mi vida! ¡Preso de un huésped en mi propio cuerpo!

No ha habido nada que me procure paz ni reposo; ¡temo del agua! ¡Temo de la comida!, temo incluso de la brisa de la tarde.

¡Solo deseo morir! ¡Sí! ¡Morir!

¡Más temo! Temo a la muerte por sobre todas las otras cosas.

Que valientes aquellos niños de américa central; que se entregaban a la muerte sin poner más reparo: lo vi en aquella tarde, en donde me llenaba de júbilo pensar en mis ganancias.

Aquel niño se retorcía de dolor en frente mío: en aquella época el virus no sufría su primera mutación, y los medicamentos que tenía en mi avión le hubieran salvado sin lugar a dudas.

¡Como quisiera regresar atrás pequeño y darte de mis medicinas! ¡Me odio a mí, y al tiempo!; por no poder regresar a ayudarte.

El ser humano sólo se hace sensible al dolor ajeno cuando sobreviene en el la desgracia.

Pero daría toda mi fortuna por tener siquiera un poco de empatía en el pasado.



Ha llegado hoy una carta de la universidad de Alejandría: fundada en el 2048, su misión es recuperar a manera de la antigua biblioteca; todo el saber humano en un solo sitio, sus estudiantes proceden de todos los rincones del imperio, son seleccionados no por sus altas notas solamente, sino por perfiles psicológicos elaborados por las computadoras más potentes del mundo, las cuales registran cada uno de los pasos y acciones de los habitantes del planeta.

Por sus pasillos vagan como zombis maniáticos los más grandes genios de la humanidad; jugando en su imaginación con las más gloriosas y terroríficas teorías y conocimientos.

La carta reza de esta forma:

"Universidad de Alejandría.

Departamento de ingeniería humana.

Nos dirigimos a usted; estimado señor L, la presente carta es para notificarle de los últimos avances en ingeniería humana.

Tenemos el placer de anunciarle de un experimento que podría resolver su problema con el virus H.

Hemos analizado a fondo su caso, y hemos determinado que su cabeza no ha sido afectada físicamente por el virus H.

Aunque si su cuerpo y sistemas en general presentan graves daños.

Como usted sabe los trasplantes de cabeza se han hecho con anterioridad en animales: más nos ha sido imposible por motivos legales practicar estas operaciones en seres humanos.

Han pasado ya muchos años desde aquella época en la cual la humanidad trasplanto la cabeza a aquellos monos, el problema de la medula ha sido resuelto de forma satisfactoria.

Ciertamente usted no recibiría el cuerpo de otra persona, sino más bien un robot, el cual conectaríamos directamente a las terminales nerviosas de su cerebro.

Esperamos que el virus no afecte a su cabeza, ya que se sabe que el virus H, por algún motivo aún no determinado, no afecta el área por encima del cuello.

Esperamos pueda cuanto antes presentarse a nuestros laboratorios para iniciar los preparativos.

Atentamente: Universidad de Alejandría.”.

Me levanté a la mañana siguiente, mi alegría y esperanza en una cura a mi triste condición daba fuerza a mis ya atrofiados pensamientos.

Mi lujoso vehículo se estacionó frente a los gigantescos portales, me saludan dos enormes estatuas labradas en piedra; su imponencia me deja perplejo, portan estas gigantescos escudos, y sus espadas reposan erguidas al lado de sus piernas izquierdas.

¡Ho! Gigantescos colosos de rostros solemnes, porque la vida me coloca en esta difícil condición; ¡he querido ser como ustedes inmutable y magnánimo!

He querido como ustedes ser un obstáculo a los vientos fuertes: quien en los tiempos buenos no piensa en su fragilidad comete uno de los más grandes errores.

Estos son para mí los tiempos de las vacas flacas; unas vacas que yo mismo me he encargado de llevar al raquitismo.

Mi camilla se paseaba lentamente; era yo ahora acarreado por mi chofer: ¡yo! Que jamás había permitido nunca dejarme llevar a otras piernas.

Los estudiantes miraban expectantes y curiosos a la momia que se conducía hacia los laboratorios de ingeniería humana.

No fue un rostro amigo quien me recibió; para el doctor M, no era yo más que un conejillo de indias.

¿Dónde quedó el honorable hombre de negocios? ¿Dónde quedó mi dignidad? ¡Si es que el perro moribundo a la orilla de la carretera debe sentirse feliz con siquiera una mirada! Dichoso yo que poseo dinero y poder, que como ruidoso cascabel, llama sobre mí la atención de los transeúntes.

Así se dirige a mí el doctor M, con un aire solemne y frío en su voz.

- Sepa usted que es muy afortunado de ser el candidato para está pionera operación.

- Le informo también que los altos costes de la misma no pueden ser provistos por la universidad, he aquí del motivo por el cual usted ha sido elegido.

- aquí traigo para usted este contrato; en donde autoriza sean debitado de sus cuentas todos los gastos asociados.

- esperamos así mismo que usted pueda con la suficiente sabiduría y prudencia dar declaraciones a los medios una vez terminada la operación.

Así entonces firmé todos los documentos sin prestar reparo a nada, nunca en toda mi vida me había sentido tan ansioso de estampar mi firma en un contrato.

Así me ve con rostro complacido el doctor M, y me dice:

- esto es todo por ahora, le pondremos en un régimen estricto de alimentación y medicamentos, esto con el fin de limpiar todo su sistema y eliminar todo residuo de virus y bacterias; tales medicamentos le matarían en condiciones normales, pero ya que no necesitamos nada de su cuerpo podemos sin ningún problema matarlo junto a los entes ajenos.

Me dejó, sin ningún tipo de simpatía ni agrado, solo me dejó sólo.

Luego llegó una enfermera robot y entubó todo mi cuerpo. Cubrió de sondas todo orificio visible y no visible de mí ser.

Las horas pasaban lentas y tortuosas, los ruidos fuera de mi habitación me hacían agonizar de angustia.

Escuchaba las pláticas de los doctores y estudiantes.

Algunos eran de una calidad humana grande y se preocupaban por sus pacientes.

Otros no hacían sino bromear sobre algunas condiciones, cuando no, apostaban a que paciente sería el primero o el último en morir.

Por las tardes había tiempos en los cuales el silencio me invadía; no tenía más remedio que entregarme a mis ensoñaciones: en qué cosas haría al recobrar nuevamente mi vida.

En mi segundo día escuche un gran revuelo en los pasillos, al parecer un niño entraría al laboratorio; muchos se sentían indignados, otros no eran más que indiferentes y fríos ante el hecho.

Según escuché, el niño; el cual estaba infectado sería usado para testear diferentes vacunas contra el virus H.

Me sentí en parte reflejado en aquella frialdad: y es que cuando, antes de cierta edad nos sentimos invencibles y pensamos que no hay nada más importante en el mundo que cumplir nuestras metas y aspiraciones: que podría importar a aquellos jóvenes doctores la humanidad de aquel pequeño, si por encima de él, está en juego la posibilidad del reconocimiento como grandes científicos.

Al parecer el niño se mostraba muy activo, y mantenerlo sedado no era una opción debido a que temían, esto impidiera la propagación del virus en su cuerpo; así que le dejaban pasear libre por los pasillos del laboratorio.

Total, ¿que podría hacer un niño?

Una tarde, justo a las doce del mediodía, le vi cerca de la puerta que daba paso a mi habitación, el parecía decirse a si mismo cosas.

Así le escuchaba aquel en un tono susurrante.

“- No te preocupes, todo estará bien, el doctor ha prometido que una vez te cures, podrás regresar con mami, y le darán mucho dinero para que puedas vivir alegre para siempre jamás.

- Él no se mira malo, se parece a las momias que salen en los libros de cuentos.”

Se acercó a mí con pasos algo titubeantes y firmes: parecía entonces que media mi reacción, ya que la confianza de su paso dependía de los gestos de mi rostro.

Así, ya muy cerca de mí me dice de forma tierna y serena.

- No te preocupes, solo estarás aquí hasta que te cures, el doctor te quitara los vendajes y podrás regresar con tu mamá.

Me platicaba el de sus juegos y aventuras, decía que sus juguetes eran sus amigos, y que los llevaría consigo, cuando lleno de dinero y curado, regresaría con su mamá.

No quería yo arruinar su felicidad con la dura realidad.

Que no era el más que un experimento más del laboratorio y que moriría seguramente a causa de los múltiples virus insertados en su sistema.

No entendía yo como esto puede ser legalmente posible: mas recordé que en mi pasado hice firmar varias veces  a los padres de niños moribundos, contratos en donde estos me eran entregados para hacer pruebas de nuevos medicamentos, esto claro en países del tercer mundo, donde no existían limitaciones legales que impidieran este tipo de prácticas.

Así le dije con voz suave y quebrada.

- Me alegra que puedas tener esperanza y alegría pequeño, me alegra también que no me temas, y puedas acercarte a mí.

El me respondió sereno y confiado.



- No tengo porque temer, puedo ver en tu rostro que no eres una mala persona, además mi mami me dijo que aquí todos eran muy amables y que me tratarían muy bien.

- Ya es hora de que me vaya, el doctor dice que hoy se me pondrá la última de mis medicinas, que solo sentiré un pinchazo y dormiré plácidamente, y que cuando despierte, ya será junto a mi mami en un hermoso paraíso.

- Pero le dejare este juguete, para que no se sienta solo en mi ausencia, le llamo capitán espíritu, es uno de los mayores héroes del universo, y vive en el corazón del cosmos.

Así me dejo aquel juguete, que parecía reprochar a mí ser la perdida de mi héroe interior.

Recordé las tardes de juegos en la mansión de mis padres, en donde jugaba a rescatar el mundo del mal y las injusticias.

Se fue, desapareció de mi vista, la enfermera robot le llevó, y él se dirigía al matadero; como si se tratase de los brazos de su amada madre, la cual seguramente le vendió por una cantidad lastimosa y miserable.

No perdí ni un instante, hice llamar inmediatamente al doctor M.

El llego con un aire de molestia en su rostro, cargaba un asistente digital en sus manos, en donde tenía archivos de cada uno de los experimentos, a los cuales mal llamaba pacientes.

Así me dijo serio.

- Sea breve por favor en sus comentarios, le aseguro que tengo muchos asuntos pendientes, y que atenderle a usted es un atraso en mis labores.

Así le dije titubeante y nervioso.

- Le he llamado porque deseo hacer un cambio en mi operación, mi intención es que esta no sea aplicada a mí, sino a aquel niño que ustedes tienen como experimento.

El me responde algo molesto.

- ¡No será eso posible!, en primer lugar los costos de la operación consumirán tres cuartas partes de su fortuna, y solo es posible con ese capital elaborar un cuerpo robot.

- Otro de los motivos, y no menos importante, es que su cuerpo ha sido infectado con potentes antibióticos, los cuales no matan solamente a los intrusos, sino que también a todos sus órganos internos; usted sin el robot no será capaz de sobrevivir.

Entonces le respondo al Doctor M, muy serio y decidido, con una claridad única en mi voz, una claridad que no me había sido posible en muchos años.

- Le he escrito ya un correo certificado a mi abogado, él se ha encargado a través de una red, de proveerme de todos los datos de este pequeño, efectivamente, su madre le ha vendido al laboratorio.

- Sepa usted, que he hecho ya mi testamento, en donde dejo a este pequeño el resto de mi fortuna

- Me he permitido en esta ocasión la oportunidad de no pensar tanto, ya que el tiempo juega en mi contra en este momento.

- por tanto ahora solo queda pendiente con usted, el asunto de la operación.

- Sepa doctor, que no deseo mi vida, si tendré que cargar en mi consciencia, que he dejado morir a este pequeño, ¡y esto no es por lástima!, sino porque él me ha mostrado a un héroe que he conocido de niño, y en el paso de la vida, creí haber perdido para siempre.

El doctor M, no hizo más que encogerse de hombros, hacer como si nada a mis emotivas explicaciones, corregir los términos del contrato, y extender a mi mano las nuevas clausulas.

Narrador.

Así fue como el cuerpo del señor L, fue destinado al repositorio de cadáveres, y luego enterrado en una fosa común.

En cuanto al niño: se convirtió este en el primer ser humano robot del planeta, con la gran fortuna heredada del señor L, fue capaz de cumplir todos sus sueños.

Con el paso del tiempo se convirtió en un prominente científico, y jamás supo que aquella extraña momia de la camilla, había sido quien le procuró la vida.

Jamás supo tampoco lo que su madre había hecho con él: ya que el señor L, dejo muy claro, que debía ser entregado a una de las mejores escuelas internado del imperio, y que se le dijera que su madre había muerto al vender sus propias entrañas para pagar parte de su operación.

Fin.



 

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