lunes, 12 de septiembre de 2016

Charlas con el Árbol solitario: Séptimo saludo: Las obras de teatro y los actores



Un extraño personaje en sus platicas con el árbol solitario.




Charlas con el árbol solitario

Séptimo saludo:

Las obras de teatro y los actores.


Esa noche en la cual soñaba, donde si no, en mi cama de madera: donde tiemblan el frio y los parpados; agitados estos al presenciar las oníricas visiones. Era uno de esos extraños sueños, en los cuales la vigilia surge de entre las tinieblas del inconsciente.

Es un sueño tan lúcido, que creyera de verdad no estar dormido. En particular lo que mi alma sorprende es aun conservar de la vida, mis recuerdos.

Una noche sin fin, donde a mi lado se pasean fantasmas penitentes: cargan cada uno de ellos pesadas cruces de madera y bañadas en sangre, repiten sin parar canciones de alegría, se saludan con la mirada. Caminan los unos hacia los otros y se dan la mano; sonriendo como finos payasos, para luego voltearse; arrugar el rostro y continuar su camino hacia el abismo: En donde, en medio de fuertes remolinos, un gigantesco monstruo los devora como una hiena insaciable.

¡Oh! ¡Como rechinan sus muelas al masticar el alma y la carne de aquellos inocentes hipócritas!

No puedo creer lo horrible de aquella escena y, el gigante me mira fijamente, así como burlándose o reflexionando sobre mí: ¡como estoy tan lejos de su alcance, siento como si a la distancia me quisiera atrapar!

Es el constante canto de un gallo en la madrugada lo que me llama a despertar, mientras un aire frio resbala por mi espalda, recordándome el final.

Del remolino se levanta la bestia, cuando el gallo agita sus alas al cantar. Se eleva hasta las alturas para posarse entre los cielos y, así como disfrazado de virtudes; parecen ahora de oro sus plumajes.

Me levanto de la cama pensando en todo aquello, mientras camino hacia la sala: en ella están los muebles vacíos y la joven que antes ilusionó mí corazón reposa desnuda sobre el suelo, recordándome que aun, debo recorrer el mundo, hasta en la realidad encontrarle.

¡Es tan bella y dulce! De largas piernas y finos dedos, quisiera saciar la sed de mi corazón en las plantas de sus pies, ¡Oh! Como huele ese perfume; cálido y salado; Un jugo de sabor extraño, el que entre sus piernas hace mi mente enloquecer.

¿Es que acaso los solitarios nos refugiamos en el desierto?

¿Nos escondemos realmente de la vida viendo las olas pasar?

Así es como dispongo hacia el árbol mis pasos; lleno de ansiedad.

El sol aun no salía, una media luz ilumina mi camino, solo los pajarillos cantan para mí: ¡Para mí! ¡Para esta fría soledad!

Soy guiado por ellos: ¡Cantan ópera, es una obra preciosa; trata sobre el valor y la lucha; sobre la alegría y grácil bondad!

Caballero soy ahora, cargando una pesada armadura, en mí pecho, las medallas de incontables batallas; ¡me he enfrentado a los más terribles monstruos de la humanidad!

¡Es así la vida, de los que teniendo el corazón de héroes, se enfrentan aun a costa de perderlo todo, a las componendas y pasiones de la sociedad!

¿Sera que ni por un segundo, el ajetreo de esta triste tragedia, me dejara sobre la tierra sembrar la espada y descansar?

Pues esta es la Historia que cantan para mí los pájaros, recordándome, que aunque con pesadas botas, aun es necesario continuar.

He llegado por fin al árbol y la bandada de cantores vuelan hacia él, llenando con esto de alegría sus ramas.

El sol comienza a salir por el horizonte, dando a sus hojas el color de brillantes y finas láminas de oro reluciente.

Es como si la propia escena, fuera el clímax de una ópera, en donde el héroe, después de todas sus penurias, encontrara en el umbral de la muerte el paraíso.

Con el roció que aun resbala a través de sus hojas, es que se dirige a mí el árbol solitario.

- ¿Qué sería de la vida mi amigo, sin las bellas historias?

- ¿Cómo hubieran sido de tristes las noches de aquellos nuestros ancestros, si al calor de las llamas no hubieran invocado a los ángeles y demonios de su imaginación?

- Es en ellas donde puede, este ser de endeble forma, adentrarse en los más oscuros reinos: ¡es aquí!, donde los antiguos reyes; renacen nuevamente, como Dioses, Ídolos y Consejeros.

- ¿Cuando no fue más profundo un discurso; sino al adornarlo de sublimes anécdotas?

Es entonces cuando le digo, algo triste y confundido al árbol solitario.

- ¡No miras como acongoja mi corazón este papel que me ha sido dado!

- ¿Por qué siempre hay príncipes y locas princesas?

Parecía en un instante, luego de evaporarse el roció de las hojas, que el árbol se tornara serio para mí y me respondiese.

- ¡Oh! Mi pequeño muchacho, amante de las tragedias y de cuerpo frágil: Nunca busques tras un guion perturbado, el sentido de la vida.

- ¡Que así como los que escriben son capaces de crear, tienen también en su alma, un mezquino deseo de ser dioses!

Entonces le interrogo, ya que todo esto abruma mi corazón.

- ¿Dónde están el guionista, el teatro y los actores?

- ¡Responde! Que quiero ansioso y nervioso la obra analizar.

El sol, como el espíritu y el alma del infante, que tras el nacimiento contempla por primera vez el mundo; saluda tras su salida la llegada de un nuevo día y, escucho de nuevo la voz del árbol.

- No tienes sino que mirar alrededor, para darte cuenta, donde es que se celebra esta obra interminable.

- Ha todos aquí les ha sido asignado un papel: Están aquí los aldeanos, los reyes y las reinas. He visto también al posadero y, al médico brujo, el ladrón y, el corrupto, la víctima y, el victimario, al astuto y, al inocente.

- ¡Aquí también los ángeles y los demonios: La dama en apuros y el modesto salvador!

- ¡Hay solo un actor invisible y, He aquí una recompensa a quien adivine su nombre!

Entonces contesto con sequedad en mi boca, a mi interlocutor.

- ¡El guionista! ¡Los guionistas! Son estos los cuales, tras un velo invisible, juegan a ser nuestros dioses.

- ¡Son ellos quienes han dicho desde un inicio, lo que provocará nuestras alegrías!

- ¡Nuestras tristezas!

- ¡Nuestros sueños y aspiraciones!

- ¡Oh! Como guían nuestras vidas con sus letras; las que estando a plena vista, parecieran ser invisibles.

- ¡Sino tenía razón aquel antiguo filósofo, que desde un mundo de platónicas ideas, ha sido capaz de forjar una obra sin final!

- ¿Sera verdad que un arte, sea por su contenido, capaz de un alma ensuciar?

Vienen ágilmente hacia mí las palabras del árbol solitario.

- ¡No os confundas por favor! ¡Nunca tomes nada, como una innegable verdad!

- ¡Si es cierto, que hay entre las propagandas; historias que disfrazadas con la piel de muertos poetas, dirigen las débiles mentes a la decadencia!

- ¡Las hay también reales, que aunque escondidas tras pesadas montañas rocosas, aún pueden los más férreos e inquebrantables gambusinos, cavar hasta en lo más profundo encontrarles!

Entonces es que le digo, ya muy conmovido a mí amigo árbol.

- ¿Cuál es mi papel? ¡Esto es lo que se preguntan muchos al principio de la adultez, así como pidiendo a un ser invisible, el sentido de su propia naturaleza!

- ¡He reflexionado mi amigo, que el guionista no es otro, sino yo! ¡Cualquier otro destino me sea, bajo engaños impuesto, debo despreciar: así como el adolescente, que en ese extraño tránsito entre la infancia y la adultez, reniega fieramente contra todo por cuanto se le imponga!

- ¡De verdad que solo los pobres de mente se someten! Así como conscientes de su propia incapacidad, desean se les diga cuándo detenerse o caminar.

El árbol me responde con un tono orgulloso y sutil, como cuando un padre ve cumplidos en su hijo, todas aquellas cosas que el divisó desde el propio instante en el cual este salió de entre las piernas de su madre.

- ¡Hoy viste de verdad hijo mío, lo que añoraba mi corazón vieras!

- ¡Más tu papel, solo tú, deberás asignar en esta tu obra!

- Ya que, aunque no lo digan, estos frustrados actores, que se han dejado imponer un papel en la vida, añoran secretamente un rol distinto al actual: He aquí del porque su corazón no deja de ser incongruente y, es por tanto, que se auto castigan obligándose a inventar un motivo para poder sufrir y llorar: Así purgan la sangre de la herida y se desangran fingiendo normalidad.

- Estos han enloquecido al punto de quedarse en su personaje por siempre atrapados, como si cansados de actuar contra su voluntad interna, desean creer su flagelante ficción.

- ¡Son hipócritas, entre los hipócritas! Aquellos que a sí mismos se niegan.

- ¡Se tu siempre como los niños, inocentes, auténticos y llenos de vitalidad!

Ha terminado el astro rey de dominar la mañana con sus luces, y los pajarillos relatan para mí el pico más agudo de sus cantos, mientras como impregnados de destellos parecieran perderse en lo profundo de los bosques y montañas.

Se torna entonces el árbol más trágico y vivaz, quieto ya, cierra sus susurros al mundo.

viernes, 19 de agosto de 2016

Idilio




Historia de un leñador en lo profundo del bosque de las ideas.




Idilio


Esta historia come, y está muy hambrienta. No puede de ninguna manera alimentarse de lo que proveen las fértiles tierras.

Esta historia ha nacido en el desierto, acostumbrada ya a la arena y los cactus; sueña con ser el fondo del océano.

Es el siempre ignorado leñador en el bosque de extraños pensamientos.

¡Si mi niña!: este bosque no es como los que tú has imaginado: en el los arboles tienen como copas sus raíces y, sus hojas enterradas en el suelo, son el abono que imagina sin parar el futuro de los hombres.

Este es el bosque primordial, ¡donde las primeras ideas fueron concebidas!

Antaño los seres humanos podían vagar por él, eran capaces de verlo y fascinarse ante su complejidad de caminos.

Tenía el leñador como único castillo, su casilla en medio de aquella tempestad de raíces y confusión.

¡Creaba a cada suspiro de su alma una nueva forma de vivir y contemplar!

De su vertiente parecía nunca agotarse la gota y el suspiro. Anhelaba en sí mismo la más prodigiosa grandeza.

Por las mañanas salía este mi leñador amado a cultivar, había decidido desde hace mucho tiempo, no cortar más que lo necesario del bosque.

Escogía con mucho cuidado los más robustos árboles; ¡aquellos cuyas raíces fueran capaces de rozar la punta del cielo!

Jamás tuvo miedo a ser aplastado por su caída: tenía ya muy bien medido el alcance de las ideas que pretendía llevar consigo y pulimentar; con el tiempo había aprendido a comprender donde es, que el comején debilita los troncos.

Las ideas de tallos torcidos eran buenas para llevarlas al más profundo análisis, mas era preferible dejarles a su antojo crecer; total y al cabo, tarde o temprano por su desbalanceado peso, terminarían victimas de sí mismas.

Del mediodía el sol nunca pudo, a totalidad ver: Siempre bajo la sombra de una jungla anduvo sus pasos.

En la tarde jamás miró el ocaso, era el sueño que siempre llegaba tras el cansancio de aquella soledad.

No era el trabajo lo que su cuerpo aplastaba hasta rendir de agotamiento: ¡Era pues la terrible soledad de esa niebla oscura!

Si alguien decía tener claro el sentido de la vida era el, que vivía en el bosque de las humanas ideas.

¡Una mañana, un mediodía, y una tarde más!

¡Una mañana, un medio día, y una tarde más!

Algunas ocasiones vio llegar al bosque viajeros: ¿quizá?; ¡amigos!

¡OooH! ¡Si! ¿Cómo no hubiera deseado un amigo en aquella soledad?

Mas su rostro caía lentamente decepcionado, al verles como entre aquellas raíces, se perdían para nunca regresar.

Algunos huían; como incapaces de enfrentarse a aquella complejidad: otros; se perdían para siempre; inconclusos nunca tuvieron la voluntad suficiente para adentrarse y no sucumbir: de locos era después su lengua, perdidos creyendo sus propias fantasías y las de los demás.

Cuando no faltaron aquellos oportunistas que solo fueron, tomaron un tronco medianamente atractivo y se perdieron en el mar de la sociedad, haciendo una balsa con su madera.

Ante los otros humanos, que si no eran más que simples simios; ellos eran virtuosos como las olas del mar, que nunca fijas; vagan al son de las mareas.

¡No! ¡Jamás, vio de verdad un amigo!

¡Un ocaso eterno donde era, a su manera feliz!

Una tarde, o mañana, o noche: nadie sabe en realidad: Una dama quiso salvaje la selva cruzar: pero es que era tan inexperta, que ni de las enredaderas se lograba de aquella prisión liberar.

Era de verdad la primera vez que contemplaba un ser como ella; que teniendo el más delicado cuerpo; propicio de verdad para escabullirse de las raíces; no podía aun liberarse de la tempestad.

Mas su paso no era errático, parecía que cansada, en ese lugar quisiera para siempre reposar.

- ¡Por favor!

Así se dijo el, preocupado y molesto.

- ¿Como por tu propia voluntad deseas perderte para siempre?

Más al instante se dio cuenta de una enorme estatua, que detrás de ella estaba con sus ojos cerrados, sonriendo llena de ironía, burla y seriedad.

¡Era la estatua tan enorme, que de solo verle hacia cualquier faz temblar!

¡Era el padre fijo y serio, dueño de toda la moral!

¡Había de verdad pasado el leñador demasiado tiempo entre los bosques!

Tanto se había alejado de los hombres, que no supo cuando crearon ese gigantesco coloso de piedra; rígido y mordaz.

Sus ojos lloraron las más amargas lágrimas, al contemplar lo que aquellos cobardes crearon, con las ideas que no supieron cargar.

Pusieron a su nombre, todo lo no conocido y, a sus absurdas batallas le llevaron.

¡Eran verdaderos asnos que, obsesionados con su propia mierda; danzaban en pos de ella, llamándole el más divino sol!

Aquel sol al que, ni el propio leñador se atrevió a dar nombre nunca; temeroso de volverlo con ello parte de sí mismo: ellos habían mancillado al ponerle al servicio de sus perturbadas ideas.

¡Obras sino de monos que creyéndose magníficos genios, se ríen al crear herramientas para matarse entre ellos!

Pues este es el coloso que detrás de la joven, la empuja a herirse entre las zarzas.

Esta es la creación de los seres humanos, que no dándose cuenta les incita a la muerte buscar, en pos de nada pensar.

Les ha prometido nunca desampararles, acompañarles por la eternidad.

Les ha prometido nunca más sufrir, a cambio nada más de, ninguna flor nueva idealizar.

Les ha dado en un suspiro todas las respuestas; ha el mismo elaborado las preguntas. Y hay de aquel que, curioso e infantil; quiera como los gatos, vagar en medio de la noche, o como los niños, nunca termine de siempre por todo preguntar.

El leñador no podía dejar de ver, a aquella mujer luchar contra sí misma.

Por instantes quiso levantarse a ayudarle: ¿pero qué merito seria esto para ella?

¿Cómo podía serle digno este bosque, si él le ayudaba a entrar?

Su sabiduría le había enseñado a no forzar nunca la entrada; era solo la locura la que esperaba a los incautos, que sin conocerse quisieran en el bosque penetrar.

Y es que hay que escudriñarse hasta el alma descarnar, y es que hay que hurgar en la más minina de las propias miradas; sin ni un segundo dejar de poner sobre sí mismo la propia espada.

¿Cómo podría sobre otros imponer una senda, si no hay en ellos, animo de emprender hacia ella sus pasos?

¡También había aprendido, que él no era guía o creador de caminos ajenos!

Cuando menos lo único que podía era alzar su candil en medio de la noche, para guiarles a su oscuridad.

Quiso pues, dar señas a la joven, hacerla ver con gestos; la forma de sus creaciones escapar.

¡Pero si no era terrible aquella escena!

¡Si! ¡No!

- ¡No puede ser!

Se dijo tristemente, al ver que los ojos de ella, habían sido por aquel coloso arrancados.

Los portaba este como joya en los anillos de sus dedos: uno en la mano izquierda y el otro en la derecha.

¡Ha ya, por todos lados cubierto su mirada!

¡Ya no tiene del porqué luchar!

¡No sabe que la vida vaya más allá, de su ya guiado destino!

- ¡Pero aún hay esperanza!

Así se dijo, al ver como en su interior aun anhelaba las flores.

Era el anhelo en el futuro niño que en su vientre llevaba: ¡Es que casi pareciera que quisiera a este bosque internarle!

- ¡si, de verdad que aquí le has traído!

- Mas luchas por tu no entrar: solo casi sin saberlo has venido, sin darte cuenta de lo que quieres; para mostrarle el inmenso bosque.

- mis alabanzas para ti maestra divina, que aunque ciega tu alma desea superar en tu hijo, lo triste de tu condición.

¡Así el leñador vio como en el bosque una mujer luchaba por llevar a su retoño, a buen resguardo de aquel coloso inmortal!

Y aunque ella aun no sepa del porque sus actos, a la inmensa jungla, con el leñador de sueños le llevará.

Es verdad también que él nunca le ayudará, y quizá también le deje morir ante las zarzas. Su hijo aunque sea a la distancia, de la muerte en vida cuidará.

Esto fue mi niña algo de lo que pasó en el profundo bosque, espero solo sepas entender mi historia y, el eterno eco en el bosque respetar.

FIN.





sábado, 6 de agosto de 2016

El Espíritu Maligno


Historia de una joven mujer llamada maría, la cual, después de una noche de pasión y desvelo se ve atrapada por el influjo de un siniestro espíritu, al cual trata a través de la lujuria de poseer su cuerpo.

parte de cuentos de Ficción y Reflexión.








El espíritu maligno

- Tenía ya más de un siglo de acomodarme lentamente en aquella vieja grieta de la pared, veo como aquellos, que aun con cuerpo no saben aprovechar las dichas de aun poseer la carne, la oportunidad de respirar el aire y, comer de las delicias.

- Hoy como siempre, y sin consciencia casi de los días, espero la oportunidad de deslizarme en las entrañas ajenas y con ello buscar la añorada vida, que antaño no supe como valorar.

Estas eran las palabras del siniestro espíritu que reposaba en una vieja grieta, acomodado en lo más profundo de aquella pared que nunca seca, era amiga de los hongos y la sombra de las telarañas.

Era en la esquina de la puerta de la vieja casona abandonada, que reposaba el mojo maligno, a espera siempre de un alma débil a quien robar la mente y el corazón.

María lloraba esa, y como todas las noches bajo el viejo árbol de morro; donde entre sus hojas dicen, se mecen los duendes y las hadas.

Eran aquellas las lágrimas de la soledad y la desesperación, de una persona que en busca de un sentido en la vida ha consagrado su cuerpo ya a muchos hombres: Nunca entre ellos pudo encontrar una sola caricia sincera, una canción de amor o cuando menos, la falsedad de un calor placentero.

¡Todos han visto nada más en ella las delicias de una mujer fácil de convencer…!

Es por esto que en los ríos del aguardiente se baña ella y al frio árbol de morro: lo riega de su cálida estampida y, sus hojas de marchitas lloran en las eternas noches del campo.

Canta llorando a la noche, a los árboles secos, y a las aguas del pantano.

En la grieta espera nuevamente el espíritu maligno un alma impura, que llena de huecos sea propicia para cualquiera que él sepa de su fragilidad.

Un alma que no pida más que el placer y la avaricia, la pasión y los llantos de consuelo.

- A lo lejos escucho los cantos y la música, las risas de los fiesteros de aquellas mis noches esplendidas, el baile y el mirar de todos, la calidez de sus miradas y el polvo contra la luz de las llamas.

- No quiero perder por ningún motivo este recuerdo tan vivo y duradero, el cual atesoro como si fuera lo único, que en mi pasada vida hubiese hecho.

- No sé si alguna vez he tenido padres o hermanos, amigos o enemigos.

- Lo único que en mi existe es el deseo y el ansia, un ansia perversa de saciarme por completo en aquella danza, de gozar sin parar con un hermoso hombre; de ser poseedora y posesa de su vida y aliento.

- Quiero solo sin parar tirarme al suelo y a carcajadas burlarme de esta noche en la cual sin cuerpo, estoy privada de todo lo que más locamente añoro.

- ¡Ha…!

- …

Así en la grieta de la pared espera el espíritu maligno un alma a la cual poseer, ha perdido la conciencia de su anterior vida, no sabe si tuvo madre o padre, hermanos o hijos. Todos estos recuerdos le han sido vedados. Su infierno es vivir el ansia de aquellos los placeres en los cuales su vida tiro en desperdicio: padecer en escasez, de aquello que en vida añoró más que el amor.

Ya ha otras veces poseído almas de hombres y mujeres, en aquellos breves instantes cuando las jovencillas salen a escondidas de sus padres a las fiestas, y ella puede, aun a la distancia apoderarse de sus mentes inocentes: inducirles a la lujuria, al placer, a la rebeldía y la inhibición.

Y aunque esto no le sacia, le permite darse cuenta de que puede, en ocasiones entrar en pequeños huecos del alma, en aquellos escondrijos donde habitan la culpa y los miedos, la libido y los tambores del placer.

Esos justamente que, en la pubertad agitan con mayor fuerza los jóvenes corazones.

Decide así, ya muy ebria María tomar camino hacia la zona, que nocturna nunca muere de noche. Allí donde los bailes nunca terminan y, donde también terminan todos los bailantes.

Donde siempre hay un lecho donde caer arrastrada, donde siempre hay unos brazos dispuestos y, donde nunca uno debe entregarse a dormir.

¡Si María!, no sabes dónde te diriges, no sabes aun donde terminará tu noche de felicidad.

Los tambores no paraban de tronar, un ritmo que inconstante parecía nunca terminar.

Mulatos y negros, indios y blancos en esa noche, no paraba ninguno de bailar.

Temerosa María entra a las puertas de la taberna y se esconde detrás de los palos de bambú.

El tabernero la mira y afina sus ojos, a media sonrisa se ríe de ella, y en silencio la invita a continuar.

María al verle siente por fin latir su corazón, como desde hace años una emoción no agitaba sus entrañas, un vicio de nunca parar, entra y sale la risa y el tronco flota a las orillas del mar.

Por su piel expira el sudor; ¡rico sabor de mujer y pasión!

Sale detrás de los bambús y camina donde su anfitrión, le seduce con la mirada, le invita sin reparos al coquetear; a tomarle de la mano y besar la miel de su corazón.

Él le ríe sinceramente, y tomando lo mejor de su taberna, la invita a un trago por su carnosa boca deslizar.

Así sin reparos se entrega esa noche a los bailes. Los negros entran y entre cantos la hacen seguirles a la pista, que de tierra brilla negra y fértil.

La invitan donde los músicos tocan, un pequeño patio de polvo oscuro, con color a rojo y polvoriento calor.  

¡Si! En esa puerta de entrada, en una grieta oscura habita el espíritu maligno, el siniestro mojo a espera de un cuerpo deudor.

María siente el dañino calor de una garra sobre sus hombros: algo que retira de ella lo poco del recato que aun guardaba, a sus oídos la música coge nuevos brillos, de rítmica aumenta su volumen, mueve casi sin consciencia ya las caderas y, a media sonrisa sigue aquel mareante compás.

En el centro, a la vista de todos, constante e hirviente muestra sus talentos de pechos firmes y jarrones: ¡como un incómodo pistilo en su entrepierna; que quiere pero nunca puede saciar su sed de caricias!

Toma el con sus firmes manos las caderas, es el negro que sin rostro, por detrás ha llamado a su puerta, de rígido la domina y se deja guiar: ¡Desea pero no puede someterse a caprichos de mujer!

La noche entre roses y sutiles caricias: ¡Es esto un adiós para siempre a la antigua María!

Así bailo Ella toda la noche, drogada por el sentimiento y la inercia. Fueron no solo uno, con varios esa noche gozó sin parar.

Los tamboreros rieron alegres como nunca, como si esa noche hubieran visto a la más divina de las diosas antiguas deleitarles. Nunca jamás habían ellos contemplado a alguien, que con tanta pericia fuera capaz de seguir su frenético compás.

Entre los efectos del alcohol escucha un susurro en sus oídos la inocente María.

- “Baila preciosa, piel de linda y bella mulata sin consciencia”.

- “Hoy hemos venido a divertirnos y disfrutar, dame a mí una noche de pasión y desvelo, que quiero con la luna por fin danzar”.

- “Me he encontrado en ti, mi bella María, seamos en esta noche nosotras mismas y tirémonos al suelo”.

- “Que sea nuestra alma presa del deseo, que no quede en este lugar nadie sin besar lo más profundo de nosotras”.

- “¡Tírate ya! María al suelo, que de esos hombres de acero, vamos a dejarnos encantar”.

Así María después de escuchar las palabras del espíritu Mojo, que la llamaba a los pecados y el placer, se deja vencer de sus propios instintos; ¡como una vela ardiente y palpitante llora en una grieta de pasión, aquel solitario pistilo de la flor!

¡Ho…! Tierra, con sus dedos como zarpas María se aferra a ti, presa de placer y mareo, el polvo desprende fino. Como ya se perdió, no volverá; ¡ya no volverá…!

Al día siguiente María aparece tirada en el patio y, el sol quema su piel de mañana.

Despierta lentamente, como no queriendo realmente despertar. Recuerda en ese instante todo lo acontecido la anterior noche, o lo que al menos, ella cree recordar.

Más en aquella vieja Casona no hay rastros de ninguna taberna, ni de tambores, ni de músicos. Solo esta su cuerpo, que de verdad muy satisfecho, no quiere despertar.

De su entrepierna brota como espantoso, un fango que entre rojo y negruzco llena de suciedad sus vestidos y su interior.

Se levanta como puede y nota la mugre entre sus uñas: de cómo rascaba la pista de barro recordó, de cómo gozó y se perdió: ¡ahora es vergüenza!, ¡ahora es dolor!

En la casona vieja las puertas cerradas están como sordos testigos. Los rayos del sol como delgados lazos tocan la superficie del suelo y, un leve vapor se levanta recordando el fin de la madrugada.

Busca abrir la puerta, mas con reparo siempre, de que no esté afuera nadie que algo le pueda preguntar.

Sale con temor y cuidado, y la mirada esconde por las calles; como sombra se quiere deslizar.

En la casa suya abre la puerta: en el baño y el agua santa se baña de frio, no quiere esta agua en el fuego calentar. Ya limpia y vestida se tira a la cama para dormir de verdad.

Pasa así toda la mañana y el día, llegó también la noche, y María aun de la cama no salía de aquel sueño reparador y profundo; que aunque intranquilo, era su único consuelo. Este es para el depresivo su más cálida prisión; el sueño del olvido, donde se pierde de sí mismo, donde en las noches es que sale el sol.

A las doce de la media noche despierta María, más no abre aun sus ojos. Es el constante tocar en el vidrio de la ventana, quien la pone ya a pensar: un tocar seco y sereno, rítmico y sagaz.

Se agita su corazón, ya que a pesar de no poder ver a quien a señas le llama, sabe que si de levantarse da muestras, aquella ánima maligna le vera directamente a los ojos, secara su alma, y se robara su aliento.

El toque aun no para, ya son minutos que a paso de horas pasan y pasan sin pasar.

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

Como el corazón ante la muerte, como un llanto en el funeral, así huele la noche; a mortaja e intranquilidad.

Entre sollozos puede María sentir aquel ser que sin parar toca a su ventana: como husmea dentro de su interior: que como buitre espera no la muerte, sino la consciencia de su subjetividad.

Sabe María, aun de una forma no conocida, que aquel ser no puede tocarla aun dormida, sabe María que es necesario que ella pueda verle directo a aquellos ojos de remolino y profundidad.

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

Ya son las dos y, aun la ventana no deja de sonar, a veces María piensa si será el viento, a veces cree que es una rama del solar.

Pero de inmediato recobra la razón, recuerda lo de la ya pasada noche y sabe, que con esto no se debe de jugar.

Al parecer derrotado el espíritu Mojo, decepcionada pareciera su tarea abandonar. Cesan los toques de la ventana, mágicos minutos que ha María hacen suspirar.

Ve en su imaginación como aquella que ayer poseyó su cuerpo, de luto se llena, da la media vuelta y camina con la cabeza baja, de paso lento y la mirada de cristal.

Siente María que se va aquel ser derrotado ante la vida, siente María que por siempre ya pudo escapar.

El cantar apresurado de los gallos y palomas, anuncian el paso de un ánima solitaria; una neblina que lenta y profunda, no deja nada sin secar.

Sin darse cuenta, una media sonrisa hace a la joven delatar.

Pero María sabe, o al menos siente, que rápido podría ella regresar.

¿Y si no se ha aun ido? Así se pregunta María, y de su boca seca la lengua bebe, la saliva que no quiere resbalar.

- ¡Si! ¿Y si, aun no se ha ido? Puedo su siniestra sonrisa imaginar, allí detrás de la ventanilla, lame el vidrio sin parar.

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

Esta vez con mayor fuerza, llena de ahínco y molestia y, así como reclamando lo quitado.

Siente en este reclamo María, que de ella no son ya sus manos.

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

Esta vez con desespero, con anhelo y rabia y, así como reclamando lo quitado.

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

¡Toc…! ¡Toc…! ¡Toc…!

¡No abras por favor los ojos María, que este Mojo ha de ti, ya tu cuerpo reclamado!

Dan las tres de la mañana, la hora del eterno portal, donde las puertas del cielo y el infierno se abren de par en par.

Las cobijas en ese momento son como insondables murallas; una cúpula de protección, un capullo de útero y madre, Seda de telaraña y trampa de falso descansar.

Una suave sensación sube como vena en la pierna de María; quizá una hormiga que camina, quizá un nervio despistado: se siente como si caminando, ya por su rodilla va.

Ya no hay toque en la ventana, han dado ya las tres y treinta y tres.

Parece ahora como el tacto, unos dedos fríos como hielos.

Como hogaza de tierno pan sus piernas ella acaricia, todo de abajo hasta arriba. Como hombre y como mujer la tocan, Aquellos dedos muertos y fríos que no quieren descansar.

María ahora quiere por fin romper en llanto, en la madriguera del conejo ha penetrado la serpiente en espera.

Ya no puede más, ya un segundo no podrá más fingir su falso dormir.

Abre los ojos, esperando todo sea solo su imaginación.

Mas no hay verdad en tal y, la risa malévola de ella, con sus ojos de infierno la mira sin parar.

Inerte y sudorosa, no puede María suspirar, aquello que a sus ojos la ve directamente, quiere toda su vida robar.

Hipnótica y sonriente, la muerta hecha alma en pena, la mira y desea conquistar.

Se acerca el espíritu maligno, ella no puede escapar, ya que ha sido, condenada a reposar.

Aquel calor de labios resquebrajados, de olor de carne muerta y seca; allí en la boca de María quisieron terminar.

Es un beso sucio y desahuciado: ¡un beso de muerto y posesión!

¡Así durmió María con una lágrima llena de dolor, sabe que ha perdido todo y, quiere ya solo nada recordar…!

Amanece; el sol brilla de temprano, aunque bien podría ser ocaso, pues anuncia la oscuridad.

No sintió en ese mismo día María nada en particular, por instantes incluso pensó que todo aquello, no había sido sino un mal sueño producto del desvelo.

Un hambre voraz se apoderó de ella, comió de todo lo que tenía en casa, de las pocas provisiones que guardaba nada dejó almacenar.

Entonces abre la puerta para salir a la calle, cree pues ya es tiempo de olvidarse de todo el asunto y la vida recobrar. ¿Quién sabe si aún para ella exista el amor y la ternura, un galán de zapatillas o un músico de bigote audaz?

¿Quién sabe si aún hay en la calle personas que no la miren con recelo?: Y si no es un príncipe, cuando menos un sapo que la idolatre sin parar: Ni un padre, ni un hermano, solo un hombre dulce a quien amar.

¿Podría ser acaso? ¡No importa! ¡Hay que caminar…!

A la capilla dirige sus pasos, donde sino allí podría encontrar consuelo, donde sino allí, podría haber alguien de verdad.

A la distancia ve la silueta de la vieja iglesia: es un barroco, que de noche pasa a gótico.

¡Allí hay pajarillos y paz…!

Las palomas, como siempre en estos lugares hacen sus nidos, piensa María que eso es prueba inequívoca del divino lugar.

Pero al acercarse ella allí, las palomas huyen, despavoridas, como si la vida se les fuese a arrancar.

Cerca ya de la entrada detiene sus pasos, algo no le deja pasar, en un momento pensó que era su propia voluntad: más claro no era así, ya que a pesar de querer continuar, sus piernas no pudieron adelantar.

Trato de rodear el sagrado recinto, en espera de poder por la parte trasera entrar.

Por un arbolillo de fuera dio vueltas sin pensar.

- ¡Que estoy haciendo! que rodeo este árbol sin parar.

Así se dijo María al darse cuenta que de allí, seguir no podía más.

A la distancia ve las casas del pueblo, los techos de teja y una terrible soledad: es como si estando frente al mundo entero se encontrara sola, deambulando de acá para allá.

Ha en otras ocasiones oído hablar sobre un viejo yerbero, el anciano, que todos llaman malévolo: Es Nicanor de todos temido, de muchos lejano y huido.

Donde va en busca de consejo o ayuda, dentro de su malignidad, solo quiere verdad encontrar.

A las personas mira pasar, no es capaz de por el viejo brujo preguntar, ya que Teme se le piense, una hacedora de maldad.

Ve a dos chicos a orillas del camino: uno tan blanco como la nieve, parece con el sol danzar, otro negro azabache de tormenta, parecen ambos platicar.

Al ver acercase a María se cuchichean entre ellos, y la hacen con esto dudar.

Así, con nudo de miedo en la garganta se acerca a preguntar.

- Hola pequeños, ¿me podrían decir donde vive aquel viejo, al que todos temen mencionar?

Ellos se ríen y le ignoran, toman como juguetes unas piedras del lugar. El blanco es quien habla primero, mas sin con ello sus ojos del suelo retirar.

- En la salida del barrio arriba, por un caminito es que está.

El negro solo ríe y voltea donde su compañero diciendo.

- No digas que nos has visto, o que te dijimos; que él nos podría embrujar.

Así María ya más confiada dice a los pequeños, que de pronto para ella han tomado normalidad.

- ¿Pero porque me temen tanto?, ¿Por qué? Si es que a la cara me miran, verán que no tengo maldad.

Ellos con el rostro sudoroso responden a unísono a la bella María.

- ¡No es a ti a quien tememos!

Así mismo continúa solamente el niño blanco.

- Es a la mujer que va detrás de ti, esa con la risa burlona y los ojos del mal.

María se asusta mucho, y corre huyendo de aquellos siniestros niñatos, sin ni un momento siquiera percatarse, de la siniestra sombra que detrás de ella va.

Llega por fin al caminito del final, allá a la distancia una chimenea en medio de la nada, es la casa del viejo Nicanor llena de oscuridad.

Camino, caminito de misterios, es tu esencia como un riachuelo de blanca sal.

Camino, caminito de oscuridad, donde el viejo hierbero me llevas al mal.

Camino, caminito de fragilidad, paso incierto a la inmoralidad.

Me pierdo caminito, ya no comprendo si vivo en realidad.

Desaparece la silueta de María en la espesura de los matorrales, detrás de ella, aquella ánima del mal.

Dentro de sus oídos escucha María, una voz que le amenaza y susurra.

- ¡Detén ya tus pasos maldita!, ¡lo mío no me vas a robar!

Con sollozos de llanto continua la siniestra voz en sus oídos.

- ¡No te moverás ni un paso más…!

- ¡Ven! Vamos a la plaza, allí puedo ver a la distancia un bello galán.

- ¿Dónde antes tuviste sino conmigo, un placer que hiciera tus entrañas vibrar?

- ¡Mira que puedo hacerte humedecer como esponja: siente como llueve por tus muslos, la gota de hambriento y tímido jugar!

Apresura sus pasos la inquieta María, con la excitación y el temor entre sus piernas; ¡aquel espíritu no deja su sexo en paz!

Este es quizá el punto donde, teniendo que elegir entre dos destinos toda alma se debe debatir entre lo correcto y el placer.

¡De verdad que sus bragas nadan como locas…!

Es como un barquillo de papel  que en lago profundo y, como gajo de naranja; sol de verano y hielo el pulso fugaz.

Corre, Corre y corre, así María de sí misma trata de escapar, por instantes creía ir en dirección del pueblo y, hundirse en las aguas del mar.

A la vista la casa siempre a la distancia, donde el viejo Nicanor se acerca ella sin cesar.

Debatiéndose entre la vida y la muerte, siente su alma ya casi perdida y corre sin parar.

Así la voz del siniestro Mojo, a gritos la acosa sin dudar.

- ¡NO! ¡MALDITA!, déjame con tu cuerpo la vida gozar.

- ¡QUE TE DETENGAS TE ORDENO! ¡PARA YA DE CORRER O CAMINAR!

María se detiene en medio de aquella nada, donde no se divisa sino monte, ramas, saltamontes y soledad.

Sus piernas a sus órdenes no responden, y rápido respira sin pausar.

María en medio de esta confusión dice al siniestro mojo, que ahora siente es de verdad.

- ¿Dónde estás? Déjame, vuelve donde antes y déjame parar.

Por la fatiga y la sed María decide agua buscar, entre las ramas, no muy lejos el arroyo escucha murmurar.

No mucho es lo que camina, y lo mira así: es como una playa, es como una caverna, su verdadero sentido no sabe descifrar.

Del agua bebe y el roció de cristal.

Regresa la voz del espíritu, y la hace de nuevo suspirar.

- Descansadas ya estamos, déjate de manos suaves tocar.

La excitación regresa, no la deja ni por un segundo descansar.

- ¡Tócate María! Conmigo ven a disfrutar, que si no te sacias ahora, de regreso algún portentoso vaquero, podemos encontrar.

Se acerca María de nuevo al agua, quiere su cara por completo mojar, detenerse ante aquel deseo, que mordaz le devora por dentro, que sucio la hace como mariposa volar.

Su rostro baña una, dos, tres y cuatro veces, y siente con ello algo de paz.

En el agua reflejada se ve María, con ojeras y sonrisa fugaz, de tristeza se compadece de sí misma, con una lagrima quiso su alma consolar.

Pero por detrás de ella, y de súbito la más maligna: el espíritu mojo en el reflejo del agua, como infante en su espalda monta la parasitaria garrapata del mal.

Con una mano sobre su cuello y la otra entre sus piernas, así reposa sobre ella el espíritu infernal.

Huye nuevamente María, aunque muy bien sabe, que no puede realmente escapar.

La risa del vampiro malévolo va tras ella sin cesar, no es a la distancia sino en sus oídos que se burla sin ni un segundo parar.

Llego por fin la pobre María, a un viejo solar, donde tropezó junto a la piedra, y en la tarde y el ocaso, durmió hasta la noche llegar.

¡No era ni choza, ni casa extraña, era rustica y hermosa, la siniestra cabaña!

Así fue María encontrada por el brujo y, dentro fue entonces llevada sin maña.

El viejo Nicanor cocinaba sobre la estropeada y floja sartén: ¡cómo suena ese olor tan liso y delicioso: dulzón y cálido el pescado pez!

Así abre por fin maría los ojos, la silueta del anciano que sin enojo, le ofrece de comer.

¡Sobre la mesa el plato solitario y el viejo de cruzados brazos!

Siempre debe por sobre el miedo dominar el hambre, incluso sobre la desconfianza, hay dos instintos que luchan sin ninguno dominar de verdad.

Levantada siente las rodillas temblar, es quizá la debilidad, el miedo, o el hambre que no cesa de llamar.

Nicanor ni por un segundo da muestras de simpatía o afinidad, solo aguarda en lo rígido de una mirada mordaz.

Así María por fin come y, sí que come de verdad. ¿Para que los cubiertos y manteles, cuando el hambre doblega la sublimidad?

Sus ojos un segundo en la comida y, el otro en la sombra del viejo audaz.

Como bestia siempre a la defensiva, quiere toda la comida devorar.

El plato ya está vacío y se escucha la voz del anciano llena de paz…:

- A mí siempre me gustan las almas que comen así; con ganas de nada dejar.

- No sé a qué le temes, si como loca has corrido hasta acá: ¡Nunca muchacha busques, lo que sufres al encontrar!

- Mira que esa perra que viene contigo, no deja por la ventana de mirar.

- ¿Dónde es que le has conseguido? Donde a está, que como niña caprichosa no para de llorar.

María entre el miedo y la confianza, responde con ojos y sorda faz:

- No se…

Nicanor le dicen, al que no debes engañar, sabe el muy bien que le miente de verdad.

Como agua los ojos de María, ante aquella mirada que la desnuda sin dudar.

- ¡Si! Le conozco, esa es la realidad, en la vieja casona gozamos juntas sin parar.

- Me llevó del vicio al desenfreno, no supe cuando ya no tenía ni un segundo de paz.

¡El viejo no responde, solo la mira con piedad…!

En llanto rompe María, como una niña a quien nadie puede consolar. Al suelo se tira, a las sandalias de Nicanor besar.

- Señor, por favor su ayuda, quiero mi vida continuar, que esa alma maldita, me deje ya de atormentar.

- Como pagarle ahora yo no tengo, aunque sea yo de por vida su empleada, quiero solo la vida conservar.

La media sonrisa entre el asombro, al máximo los ojos pelar; así reacciona el anciano, ante aquella que le ruega sin cesar.

Por un hueco a ras del suelo, debajo de la ventana de atrás, de allí es que sale el gato, con su cola fugaz.

En sus pequeñas fauces trae el astuto felino; es una rata que gorda cuesta su peso cargar.

Se divierte largo tiempo con la aún viva presa, a veces a propósito la deja escapar.

Increíble la sensación de libertad de aquella que, huidiza debajo del fregadero se quiere ocultar. De pronto y de nuevo la zarpa del gato fiera, la quiere de nuevo atrapar.

Como un juego de nunca acabar el gato y su presa, solo él podría ser feliz de esa forma fatal.

Un respiro en María, al escuchar por fin la cabeza en los colmillos tronar; es como si aburrido o cansado, el verdugo se dispusiera por fin a matar.

- ¡Ves María!, ¿lo has visto verdad?

Así dijo Nicanor serio y excitado, al ver esa escena mordaz.

- Así como con esa rata se divierte contigo, esa de la que tú no puedes escapar.

- Pero claro, existe una diferencia abismal, ya que en tu caso, el gato por la rata se deja cazar.

- ¡De verdad que solo es de tener, fuerza de voluntad!

- Ven sígueme, que te voy a curar, mi único regalo será, tu sonrisa encontrar.

Se lleva el anciano a la joven, la lleva hacia el patio de atrás y, en la sombra del quebracho, hace su sueño llegar.

En silencio es que le llama a sus labios cerrar.

- Sé que no puedes verle, pero allí detrás de la cerca está; es una hierba sagrada, quien no la deja pasar.

- Sábelo ya, que debajo de este árbol, la vamos a enterrar.

- Ahora duerme, pequeña María, que esto a la media noche es que será.

Así por fin un leve gesto de tranquilidad, ¡por fin!, ¡por fin!, pudo sus ojos tranquila cerrar.

En la vieja iglesia del pueblo, el oxidado reloj del campanario marca la hora de las doce.

María siente el frio recorrer todo su cuerpo, como si no recordando los acontecimientos, buscara entre la fría roca sus cobijas. En lugar de ello son unas largas, finas y peludas piernas quienes la arropan y, así como atrapada siente un confortable y suave calor.

Nicanor, en medio de su sueño la ha sacado fuera de su propiedad: En la mesa de piedra reposa como manjar presentado a los dioses del infierno. Con una rosa seca entre sus piernas y el más fino de los inciensos.

Una ofrenda irresistible, como no la quisieran muchos mortales; esa hermosa mulata de pechos firmes y jugosos que, víctima de su propia inocencia sueña solitaria en el frio de la noche con placeres íntimos y prohibidos.

Su vulva no es sino una represa, que reventando de deseo se desborda a través de sus muslos agitados, ¿cómo no quisieran pues beber de estas aguas los más impuros espíritus?: ¡Si es que es la fuente de la vida!, ¡si es que es, la eterna juventud!

Así el mojo llora ante el placer de poder tocarle, ansiosa de poder por fin conquistar el reino de su cuerpo, relegarla a espectadora, y disfrutar de nuevo, sin nada meditar.

María aun no despertaba de ese sueño, en donde el Mojo la hacía viajar al jardín del más lujurioso pecado, cuando el viejo Nicanor salía de su casa acompañado de una cobarde e indefensa lamparilla.

Con mirada de furia y espanto el mojo le mira en dirección de ella y de su presa.

Con un grito fuerte y autoritario dice Nicanor a María.

- ¡Despierta María, Mira que esta puta desgraciada ya ha venido!

Un grito nuevamente, es la muerta queriendo al viejo asustar.

Nicanor solo ríe y, lanza sobre ella, agua de ruda y uvas del frutal.

Despierta María al sentir aquella agua fría y penetrante, como cuando huele en los velorios, el suelo del altar.

El mojo pasa de humano, a blanco y grueso gusano. Ha hecho en la vagina de María; nido de insanas lamias y frenéticos caballos.

De pequeño crece sólido y enorme, el repugnante ser, asiendo a la joven gemir de amargo y dulce placer.

El viejo no para sino de reír a carcajadas, al afilar con piedras de monte, el machete con el que piensa deshacer.

Ya está sino a un paso de la fresca María, siente aquellos olores de miel y de deliciosa mujer.

El abdomen aquel que se estremece, así de arriba respira abajo, en tierna ola y secante satisfacer.

Por allí justo es que el filo atraviesa, con su hoja de brillante y fría inmortalidad.

- ¡Ha…!

¡Ho…! Sino fue un grito aquel como el del parto, cuando aquella siniestra cesárea daba como fruto el maligno engendro del mal.

Con su mano aun sangrante Nicanor, de las entrañas de la joven tomaba con desprecio, aquel teratoma infernal.

Era la muerta, que hecha bola de informe carne, poseía desde adentro y se creía invencible o imposible de arrancar.

Aquellos ojos de María, abiertos como si contemplaran el rostro de un ser sobrenatural. Es la mirada de Nicanor el viejo, que miraba el cadáver de la muerta lleno de curiosidad.

Al fin, dentro de un saco y junto a rezos escritos en papel, el siniestro mojo anudo duro, sin nada flojo dejar.

No podía creer aun María como después aun de todo aquello y, sin ni una mella a su tranquilidad, el ahora pasivo anciano le costuraba, ¡así como si tuviera dulzura!, ¡así con fineza y serenidad!

Le dijo después con el rostro sonriente y de tierna faz.

- Ya hemos terminado muchacha, ¡ves que nada has sufrido de verdad!

A lo que María no hizo sino mirarle, como asombrada de aquellas palabras que considero falsas, pero que le llenaron de tranquilidad.

- Gracias… - Le dijo al Viejo con vos quebrada y lágrimas de felicidad – de no ser por usted, otra en mi vida, ocuparía el lugar.

Nicanor, solo mueve lentamente su cabeza y contesta.

- Por unos días te puedes quedar, hasta que tu herida sane, cuando esto pase, te recomiendo no regresar nunca a este pueblo, vete lejos, donde puedas por fin encontrar la felicidad.

- Si puedes, cuenta como si fuera un cuento, esta historia a tus nietos y has con ello, esta vela en medio del bosque nunca apagar.

Así María se recuperó de sus heridas, y pudo no después de agradecer al viejo Nicanor, su vida en otro lugar continuar.

¡¿Y el Mojo?: pues ahora: en el patio de Nicanor, bajo el relajado árbol de quebracho, encontró por fin la tumba y, bajo la cruz de madera santa y, junto a sagradas hierbas, encontró por fin la eterna paz…!


FIN.