La Historia de un campesino y su amor a la tierra.
El campesino y la Diosa
Tenía ya muy bien sabido el, que el arado le
esperaba todas las mañanas: ¡Bajo el sol, era mucho el sudor que había Santiago
derramado sobre la árida tierra!
Así era su vida: digna y trabajosa, como es
que dicen debe ser la vida de los campesinos.
Sus manos, de un tiempo en adelante jamás
hicieron ampollas o callos: Tenía siempre muy vívido en su mente el momento en
el cual, a los siete años tomo por primera vez el azadón.
Era un recuerdo, que muchas veces inconsciente
venia cada vez que alzaba de nuevo la rustica herramienta.
Recordaba el desayuno de ese día, a su madre
en un viejo fogón; que como un alma en pena trabaja ausente, pensando quizá en
cómo hacer para dar el alimento del día.
Y su padre, que no hace sino comer
silenciosamente, mientras da vueltas y vueltas a ideas inconclusas y fracasados
proyectos.
Así fue la mañana de ese día, en donde su
padre le enseñaría por fin el oficio, que aunque es de los más dignos e
importantes del mundo; ¡es de los peores pagados!
Llegaron al campo de cultivo, y aunque la
tierra no era árida en su totalidad, estaba por todos lados cubierta de maleza.
- Lo primero que aprenderás Santiago, es a
usar bien el machete, hazme siempre caso, no vaya a ser que te cortés un dedo
por andar de loco.
Así le dijo el padre con tono serio pero
gentil.
- Ahora, trata de andar siempre el machete en
su funda, y si no, envuelto en periódicos: tanto por vos, como por la gente,
que si pasa cerca se puede cortar.
- ¡El machete, siempre se anda bien afilado!
Saca el padre el machete de su funda y lo
muestra al pequeño y, mientras este acaricia lentamente la hoja y su filo, el
padre le dice.
- Muy bien, ya es hora, ¡toma!
Da vuelta al machete y se lo ofrece al joven
Santiago.
- ¡Debes tomarlo con fuerza! ¡Nada de
mariconadas! ¡Como Hombre!
El pequeño no podía creer que por fin lo
tuviera en sus manos: aquel artefacto que lo convertía en un instante; ¡en
adulto! ¡En proveedor! ¡En guerrero y, en el espejo de su padre!
El hombre ríe tiernamente al ver a aquel
pequeño con la herramienta, ya que ambos, eran casi de la misma altura. No era
ese machete algo apropiado para el chiquillo, Así que el padre toma otro
machete; pero muy pequeño: A lo cual el niño sonrió muy alegre, considerando,
ese si era para él.
Comenzó el padre primero a cortar el sácate
superficial, mientras Santiago iba por otro lado, encargándose de pequeñas
plantas de monte.
Así estuvieron un buen rato, hasta que el
pequeño Santiago sintió como algo en sus manos le quemaba, de verdad que nunca había
en su vida tomado a tan seguido tiempo ningún trabajo, y al ver sus manos, se percató
de muchas bombillas de agua.
El padre lo vio, mientras aquel soplaba sus
manos, queriendo con esto aliviar el ardor y le dijo.
- ¡Si no hechas ampollas, es que no has
trabajado!, ¡Así se hacen los hombres! ¡Reventate esas papadas y venite, que
hay que usar el azadón!
El pequeño, ya no era muy optimista de tomar
de nuevo ninguna otra herramienta, sus manos tenía ya muy lastimadas. Del suelo
tomo un trapo, y envolviendo con él sus manos, fue a tomar el azadón.
De verdad, que este era también, demasiado
grande para él, más en esta ocasión, no había ningún otro de menor tamaño y,
tuvo muy trabajosamente que manipularlo; Ya el solo hecho de levantarle era una
dura tarea, y su único descanso, era cuando lo dejaba caer sobre las raíces del
zacate.
El padre, al ver lo que el pequeño hacía, le
dijo algo molesto.
- ¡Nada estás haciendo! Sí no le das con
fuerza al azadón, nunca vas a arrancar las raíces, ¡Dale duro, que no le duele!
Así, molesto Santiago ante aquel padre que le
acosaba sin parar, descargó su cólera contra los abrojos del suelo;
arrancándolos de raíz: ¡es con fuerza! ¡Dolor! ¡Frustración y sudor! que por
fin decide convertirse en un hombre.
Aquel padre se sorprende, de ver que su
pequeño Santiago, ha por primera vez trabajado la tierra.
Ese día inolvidable le acompañaba en su
corazón, como un amargo tesoro que le mantenía siempre con los pies firmes
sobre el suelo.
Siempre que llegaba la hora de las doce
sacaba de su morral la burra; que muy delicadamente su esposa ponía
religiosamente envuelta en mantas blancas. Aquel olor de los frijoles y el
huevo cubiertos en tortillas de maíz, era tan confortable para él; como un
pequeño manjar ante un hambre casi voraz. Un olor un tanto añejo, como si el
paso de las horas diera a aquellos ingredientes un nuevo sabor.
Su única distracción en las horas arduas eran
sus propias ensoñaciones, en las cuales, no pocas veces se imaginaba lleno de
tesoros y posesiones, cuando no, también con ello ayudaba a todos sus conocidos
y se convertía por la magia de la fantasía en el héroe de la comunidad.
Ya por la tarde siempre se dirigía a su casa,
sin ninguna vez dejar de pasar por la capilla del lugar, a dejar sobre el altar
una vela blanca y delgada, como si con ello se ofrendara a sí mismo.
Llega al final del día, a su humilde casita
de madera, estaba esta ya un tanto oscurecida por el sol y se podía, aun a
pesar de los años, notar el aceite quemado en su base: el cual se unta para con
ello evitar la pudrición de la madera por la humedad de la tierra.
No muy lejos la figura de un pequeño lo mira
muy atento a la distancia, el niño esperaba distinguir apropiadamente la figura
de su padre. Y una vez lo hace, corre a su encuentro, ¡muy alegre!, pensando en
el presente que este le trae todos los días.
En algunas ocasiones frutas, de las cuales
venden en los parques, o dulces de las pulperías.
¿Cómo no deseaba Santiago llevar a aquel
tesoro de su vida, los más finos y ricos dulces del mundo? Esos los cuales
jamás él había nunca visto o conocido.
Siempre él tenía en su mente impregnada la
idea de la existencia de dos mundos: Uno en el cual estaban él y, todos en el
pueblo, y otro, donde Vivian los gringos y los ricos: incluso su pesimismo era tal,
que pensaba existieran para ellos distintos colores, sabores y emociones.
Llega a su regazo el pequeño Jacinto y, le
abraza aun con la certeza de estar ante el más glorioso de los seres del mundo.
A lo que Santiago respondía diariamente con
un abrazo discreto y uno de sus brazos detrás de la espalda.
Jacintito, como él le decía, ya sabía a
perfección aquel ritual, en el cual debía fingir algo de sorpresa y, tentar con
sus pequeñas manos lo que su padre ocultaba detrás de sí.
La escena terminaba con el tomando de
arrebato el obsequio: En esta ocasión; deliciosas naranjas; ¡Limpias, frescas y
jugosas!: ¡Nunca una fruta volverá a tener ese mismo sabor, el que lleno de
cariño, es el amor de los padres a sus hijos!
Alza entonces la mirada Santiago, para así
con ello, ver el rostro de su amada, la silenciosa y humilde Maia; una mujer de
impecables conductas, portaba siempre en su cuello un hermoso crucifijo de
madera, el cual era un obsequio de su padre.
Sus calzados eran como aquellos que antiguamente
usaban las monjas en los conventos, aunque, no en pocas ocasiones, utilizaba
unas hermosas sandalias de cuero, que le había regalado su esposo Santiago,
hace ya algunos años.
Ella, al verle, se siente ya la portadora de
un escudo, a modo de la antigua diosa Atenea: Teniendo dentro de sí, el
espíritu de la guerra y la sabiduría. Así es el destino de todas estas mujeres,
que como heroínas silenciosas, llevan siempre a buen balance sobre sus hombros
la vida de todos a su alrededor.
Espera con disimuladas ansias la llegada de
su amado Santiago; no quiere, como las adolescentes, ser demasiado emotiva, ya
que teme secretamente, revelar su adoración al sol.
Santiago va de la mano con Jacintito a su
encuentro, para juntos los tres formar ese maravilloso triángulo equilátero;
que tantas veces los más grandes genios del arte, retrataron en sus obras.
La familia, ya reunida, como ya era costumbre
por las tardes, entra a la sencilla casita en medio de las montañas, y así por
fin, relatarse cada quien sus aventuras y penurias, cosas curiosas y uno que
otro caso de la localidad.
El pulido y limpio fogón de Maia estaba a su
máximo arder; sobre él, un porrón y dos cacerolas, hacían los manjares de
aquella noche: café fresco de las montañas, plátanos fritos y frijoles guisados
con cebolla.
Los platos parecían tan ansiosos sobre la
mesa, tal como sus dueños, hambrientos y listos para ser llenados de placer. De
la fridera aún caliente toma con un cucharon Maia los frijoles, dando a cada
quien su parte respectiva: una gran porción para Santiago; amo y proveedor de
la casa, una media para ella y, de la parte más refrita y deliciosa, la pequeña
porción de Jacintito. Así mismo con los plátanos y el café; endulzado con amor.
En el centro, a disposición de todos, el remero
de tortillas recién hechas: eran estas un orgullo personal para ella, ya que
por todo el pueblo era conocida su pericia en el comal: nunca nadie dijo que
las tortillas de Maia eran gruesas o demasiado delgadas, duras o deformes: parecía
más bien, que, habiendo tomado compases y medidas precisas, diera a cada una,
el más perfecto de los moldes.
¿Para que necesitarían, estos seres casi
divinos, la luz de los bombillos? Ya solo con su encanto hacían brillar como
antorchas a las velas.
¿Para qué querrían, estos perfectos humanos,
el resplandor de una caja titilante? Si ya con solo sus palabras, eran capaces
de contarse aventuras sin igual.
Después de la cena, sale Santiago, a
sentarse, como todos los días a la banca, bajo el árbol, donde todas las noches
tenía por costumbre relajarse, y buscar en el cielo patrones: dentro de su
propia mitología, creía a las estrellas, seres de inigualable poder; por la
religión se prohibía a si mismo darles nombre, lo que aún no impedía, les
atribuyera el alma de sus abuelos y bisabuelos.
Jacintito, a lo lejos, jugando con viejos
maderos, siempre le veía: Mas esa noche, algo temeroso, se acercó a su padre a
preguntar, del porque siempre, y todas las noches, se perdía en el mar del
cielo, como si fuera un marinero pensaba Jacinto; ya que se hundía en el azar.
- ¡Papi!, ¿en qué piensas cuando miras a las
estrellas? ¿Qué son las estrellas papi?
Santiago lo mira con ternura y sorpresa, ya
que no es para el costumbre se le interrogue sobre estos asuntos.
- Hijo mío, la respuesta a esa pregunta no la
sé con exactitud; yo las imagino como almas que se han ido al cielo, pero
claro, es solo mi imaginación, ya que seguramente estas estrellas existían, aun
antes de la muerte o el nacimiento de cualquiera.
-Esa que miras a lo lejos, es tu abuela.
Interrumpe Jacintito a su padre y le
pregunta.
- ¿Cómo es que las estrellas existen?
A lo que Santiago responde serenamente.
- ¡Porque tienen que existir!, el sol hijo,
es también una estrella y, muy seguramente dios tiene en esos otros soles,
otros planetas. Quizá a uno de ellos, es que tu abuela se ha ido, por eso
pienso que ella está allí.
- Y deben haber también planetas infernales,
donde se castiga de igual forma a las almas malvadas.
Jacinto sonríe y dice a su padre muy
emocionado ante la genial idea que ha venido a su mente.
- ¡Habrán papi, planetas para los animales
muertos!: ¡Uno lleno de solo gatos, otro de solo perros y perras!
- Deben existir los planetas para solo
plantas e insectos, y como el espacio es infinito dice el profesor, también hay
de animales que no conocemos, como los dinosaurios o muchos que no existen en
la tierra.
Santiago ríe suavemente al escuchar los
juegos mentales, que ha creado su pequeño a partir de contarle sus propias
fantasías y le responde.
- ¡Ja, ja, ja! ¡Si! Seguramente Jacintito, en
un espacio infinito deben existir todos los planetas posibles, nada lo impide,
solo es cuestión de ir lo suficientemente lejos, quien quita y no exista
también otra tierra, en donde esta conversación ya tuvo lugar.
- Pero por hoy mi pequeño, debes ir a visitar
un hermoso planeta, uno que está dentro de tu cabecita.
El niño mira a su padre con extrañeza, a lo
que el padre replica.
- ¡Si! El planeta de los sueños, donde todos
los niños deben habitar a estas horas de la noche.
Al escuchar esto Jacintito bosteza, así como
dando toda la razón a las palabras de su padre.
Así termino aquella noche, ambos, el padre y
el hijo entraron a la humilde casita, desapareciendo tras un viento invernal.
Al día siguiente, el ánimo del desayuno, un
olor delicioso y a hogar.
Sale Santiago como siempre a sus tierras, a
cultivar. Una vez en aquel lugar familiar, en el ambiente del trabajo, del cual
muchas veces tuviera la impresión de no salir nunca; ¡es como si su vida estuviera
dividida entre dos mundos!
Se dice a si mismo pensativo mientras recoge
y alista sus herramientas.
- ¿Por qué mi alma siempre está partida en
realidades? ¿Por qué imagino un mundo para los ricos? ¿Otro para los pobres?
¿Otro para los extranjeros? He incluso unos para mí mismo; ¡El del trabajo!, ¡el
de la casa!, ¡el de los conocidos!
- ¿Por qué nuestras almas siempre son tan
duales, en cuanto a las circunstancias nos requieran a uno u otro personaje?
- ¿Podemos con todos, ser como somos? ¡Pero
esto no hace sino perderme aún más, porque ingresa aun a mi alma, una más
abismal pregunta!: ¿Cuál de todos estos yo, es el verdadero? ¿Cuál soy, entre
ese mar de actores que presento al mundo? ¿Es el mismo ser humano, el que a
diario contempla las estrellas, El que juega con Jacintito? ¿Es este el mismo,
el que con las gentes del pueblo toma un tono más jovial; No está de verdad
demasiado lejos de mi murmullo interno ese trato liviano y despreocupado?
- ¡Mi autentico yo, tendría que ser este, el
que se divierte, pensando sobre sí mismo!
- ¿Pero cómo llamarlo autentico?; ¡si el no
viene fortuitamente! ¡No es el, el mayor actor!, ¡ni mucho menos el, Quien toma
las más trascendentales decisiones!
- ¡Es definitivo, que mi actuar se rige aun,
por un ser que está por encima de mi propia razón! Quizá trataría como otros de
llamarlo dios, pero me sería imposible. ¡Este ser, tengo que ser yo mismo, pero
un yo, que es como la piedra angular de mí mismo!, si no fuera así, y dios me
guiara, el libre albedrio se vería roto irremediablemente.
- ¡Este ser es uno que sobre mí mismo busca
algo más allá de mí! Es el ser que habita en lo más profundo de mi mente,
guiado quizá por un destino, una meta, o un trascendental propósito.
- ¡Él es quien en mí, provoca el amor, el
odio, el deseo, la tristeza, la pasión y toda la larga lista de detonadores que
impulsan mis pasos!
- ¿Por qué a Jacintito doy todo de mí?, ¡incluso,
sin pensarlo dos veces ofrendaría mi vida por la suya! ¿Tendría esto sentido
sin un propósito dentro de mí mismo, que sea capaz de rebasarme?
- ¡Si! ¡Así es!: este ser, el cual me
sobrepasa como un rígido dios, quiere por sobre mí, tirar una lanza hacia el
futuro. Este ser, omnipresente en todo lo mío, ha siempre sabido el sentido de
todo aquello que me pregunto y, el motivo de una vida.
- ¡Ja, ja, ja! ¿Cómo no ha de divertirse con
nosotros, viendo como buscamos explicación, a algo con un tan obvio sentido?
Todo esto que yo pueda pensar, todos estos yo, en los que me subdivido. Mis
risas y mis tristezas, ¡todas!, incluyendo mis amores de pasión; tienen como único
final la vida de Jacintito: en verlo por sobre mí, pasar mi esencia hasta el
futuro, un futuro donde está: mi alma, ya no estará sino es como un recuerdo, ¡un
remanente de crianzas y experiencias!: ¡Todas y cada una de estas cosas, en una
nueva alma, un alma linda, preciosa y de luz divina!: ¡el alma de mí amado Jacinto!
- Es hermoso lo que este día he reflexionado,
este pobre azadón debe estar ya demasiado afilado, le he dado sin parar con la
lima desde que comencé a pensar.
- ¡OH! Mi amado Jacintito, es por ti, por
quien con agrado sostengo esta herramienta, ¡y es por ti, por quien no hay
nunca suficiente sacrificio!
- He conocido al dios de mí mismo, y él te
quiere a ti, por sobre todas las cosas: ¡A ti! ¡A ti! al hermoso y lejano
futuro de ti y, aun a tus descendientes.
Termina Santiago de sacar sus herramientas y
se entrega, con los primeros calores del día, a aquella diaria faena, la cual,
aunque nunca ha desarrollado con tristeza, hoy mira, como la más divina,
importante y sublime del mundo.
Así el azadón tomo con su mano izquierda y
alzo sobre sus hombros, y dejo sobre la tierra caer el filo de aquel destino
silencioso.
Al cabo de unas horas, escucho a la distancia
y escondida entre los matorrales, la risa misteriosa de una niña que jugaba, en
medio de la nada.
Trató de no prestar atención a aquel extraño
acontecimiento, lo atribuyó quizá al frio de la temporada, posiblemente pensó,
es el viento el que entre las ramas, se confunde y esconde en los huecos de
algún árbol.
Pasa aún más el tiempo y Santiago, ya
preparando la tierra para las futuras semillas, toma de su cercanía la punta de
sembrar: Y con una lanzada hacia el blando suelo, atraviesa como carne herida a
la virginal tierra. Se dispone está a recibir del hombre la semilla. Inclinando
su brazo Santiago a la derecha, hace a la punta abrir el hueco, y con una suave
caricia de sus manos, deja sobre la fértil madre caer por fin, el germen del
alimento y el sustento de su familia.
Ha terminado este simple cortejo, con el cual
el ser humano, pasó de los eternos andares, a tener por fin un solo sitio para
llamar casa, una comida segura y la primera de todas las ciudades.
En el bosque se sigue aun escuchando, pero
ahora ya es solo un susurro, la voz de una pequeña niña, que pareciera,
ahogarse de satisfacción ante la impregnación de la vida en sus entrañas.
Es inmediatamente después, que Santiago
siente como la punta de sembrar topa con la roca sólida. Con sus manos trata de
quitar aquel estorbo, pero parece demasiado grande o arraigado a la tierra. Así
que decide mejor darle con el azadón nuevamente, para agilizar el trabajo.
Más, tampoco con este le fue posible arrancar
aquel objeto del suelo. Con el fin de ver mejor de que se trataba, pensó en
bañar la superficie, y así poder con el agua quitar la tierra, que le impedía
ver la forma de aquella cosa. Quizá fuera realmente una raíz, y no una piedra:
lo cual haría necesario un cambio de estrategia.
Así lo hizo y de entre la mugre surgió
aquella cosa totalmente ajena y retirada en todo de lo habitual.
Era la pequeña estatua de una diosa, ¡una
niña diosa! Limpio con mucho cuidado la pequeña estatuilla, la cual parecía
estar hecha de una piedra muy dura y pulimentada, ciertamente no era como las
vírgenes que a diario veía en la iglesia: parecía más bien esta de extraños
rasgos, con formas delicadas, vestiduras de incomprensibles pliegues como las
de la antigua Grecia, una simetría perfecta y de sonrisa inmaterial.
Es entonces que se dice para sí mismo,
mientras la coloca sobre una alta roca a orilla de la huerta.
- ¡Hoy tú, pequeña y extraña aparición, darás
a mi día, un nuevo sentido! Mira que aún me queda mucho trabajo pendiente, es
mi única esperanza esta cosecha, con la cual comerán los míos.
- ¡Como quisiera que hoy mismo todo este
campo floreciera de verdor! ¡Que los trabajos tuvieran un inmediato resultado!
¡Que imposible para nosotros; los trabajadores, hacerse dueños de ventura!
- Todo para nosotros está más allá de grandes
trabajos y sacrificios, ¡OH! Solo aquellos, los que nacieron en cuna de oro,
pueden de inmediato satisfacer cualquier necesidad.
- ¡Pero haz de saber, que no les envidio en lo
más mínimo! ¡Nunca nada dará la misma satisfacción, si no se ha para ello
trabajado duro para conseguirlo!
Llega la hora de las doce y Santiago, ya muy
cansado de la dura faena, decide sobre una grama tomar un breve descanso, no le
ha venido aun el hambre, lo único que le invade es una deliciosa pereza, la
cual piensa disfrutar.
Así, tirándose al suelo se dice como embotado
de tranquilidad.
- Bueno, Nos vemos más tarde mi pequeña
reina, puedes ahora, ya libre de la prisión en la que te encontrabas, divisar a
tus anchas el mundo, y aunque este paisaje, no sea quizá el más hermoso del
planeta, es al menos limpio y fresco. Toma esta gramita; como si fuera la
alfombra de vuestro castillo, a los grillos y saltamontes; como tus más reales
súbditos, y a este tu servidor; como el infranqueable guardián de este tu
reino.
Cierra los ojos Santiago, y se entrega a ese
pequeño manjarcito del día.
Al cabo de un tiempo despierta, estirando sus
brazos mientras recibe de la tarde un viento frio y solemne, impregnado
extrañamente de frescos olores primaverales: ¡Huele a hortaliza! ¡a
tranquilidad y confortable anhelo!
Al abrir sus ojos, cree aun estar dormido, ya
que la imagen que contempla frente a sí, es demasiado increíble como para ser
real. Y así como pensando en una capa muy baja de sí mismo, decide mejor
regresar al lecho y poder despertar de verdad.
Pasa otra media hora, en donde aún dormía,
pero el tímido frio ya no le dejaba continuar en aquel estado intermedio, entre
la locura y la razón.
Levantándose, abre de nuevo sus ojos, solo
para constatar, que aquello que antes considero un sub-producto de su
imaginación, y que seguramente hubiera olvidado, de no ser, porque nuevamente
lo tenía frente a sí.
Era el hermoso campo de cultivo que se
extendía a sus anchas, tan interminable en extensión como en asombro. ¿Es acaso
esto un milagro?
Se dice a si mismo con la mayor expectación.
- ¿Cómo es esto? ¿Sera que he viajado al
futuro? ¿He perdido dios mío la razón?
Las inmensas calabazas y legumbres, los
tomates de increíble frescor, ¡todo perfecto!; ¡sin ni una pequeña mella, sin
ni una tan sola imperfección!
- ¡Todo esto debe ser un error!
Se dijo Santiago lleno de emociones
encontradas, entre la más profunda admiración y el desconcierto.
- ¡No puede ser real!
Se dijo nuevamente mientras llevaba sus manos
a la cabeza, como queriendo dar sentido a todo aquello que no lograba
descifrar.
Caminó lentamente, para adentrarse en aquel
cultivo, que hace un par de horas, no era sino solo tierra, semillas y muchas
esperanzas.
Al introducirse entre las huertas, sus
pantalones se empaparon por completo, y al verlos Santiago comienza a reír a
carcajadas; incapaz de asimilar lo que tiene frente a sí.
Termina su risa muy lentamente, como si el
cansancio lo obligara a detenerse y, voltea hacia la zona en dónde; hace unas
cuantas horas, había colocado aquella estatuilla misteriosa.
Se percata de que aún estaba allí ella: ¡más
ahora su instancia era realmente increíble!: la pequeña diosa rodeada de las
más hermosas orquídeas. En torno a su figura se alzaban como medias cúpulas los
helechos y enredaderas. ¡Todo lleno de lluvia y frio! ¡Todo sobre la fértil y
suave tierra!
Santiago casi con lágrimas en sus ojos, dice
a la pequeña estatuilla.
- ¡Haz sido tu mi Reina! ¿Acaso haz sido tú?
- ¿Cómo has hecho, en pleno verano surgir un
frio invierno?
- ¿Y ahora como hare, para explicar esto a mi
Hermosa Maia?
- ¿Me pides tú, que guarde yo algún secreto? ¿Cómo
voy a cultivar yo solo, y vender estas increíbles legumbres?
Así piensa Santiago para sí mismo, sin poder
dar crédito a todo aquello. ¿Quién era esa misteriosa diosa, que ahora auguraba
para él, la prosperidad inmediata?
- ¡Si! ¡Así debe ser! Nadie ha venido a estas
tierras en algún tiempo: Cosechare estas hermosas legumbres sin dar explicación
alguna. Para Maia esto jamás habrá ocurrido, fingiré solo la más normal de las
tranquilidades. Saldré a diario y, como todos los días lo he hecho. ¡No será
esta una mentira!; más si, una piadosa omisión. Ya que temo; ella crea de ti mi
Reina, un espíritu infernal.
Parte Santiago del campo de cultivo, no sin
antes besar en la frente a la diosa: que lo había convertido en un instante, en
un ser lleno de venturas.
¿Será que sin saberlo, este humilde aldeano,
ha por casualidad encontrado un poderoso dios?
¿Es esta, un espíritu con oscuras y secretas
intenciones o, un ser, que por sobre lo humano, se ha compadecido del lamento
de este pobre hombre?
Nada puede saber o imaginar el, sobre la
naturaleza de esta divina y arquetípica figura. Pero sobre la roca, a las
orillas de la huerta, una antigua y misteriosa diosa se posa sobre una rustica
piedra, como la nueva señora de los cerros, de las quebradas, de las huertas y
los campesinos.
Caminando hacia su casa Reflexiona Santiago,
con la cabeza baja, centrado en el suelo y, en como este puede tener diferentes
tonalidades, conforme pasa de una región a otra.
- ¡Es todo esto muy curioso! Quizá el suceso
más extraño que jamás me pasará. ¿Cómo es que ocurren aun, cosas mágicas?
- ¡Es tan bella mi diosa! ¡Es tan bella mi
Diosa!
Mira a orillas del camino las rocas: algunas
grandes, otras de menor tamaño; más todas muy obedientes al papel asignado; a
su inherente destino.
- ¿Por qué se limitan?
Se dice sorpresivamente para sí mismo,
reflexionando sobre la condición de las rocas.
- Sé que desde muchos años, ambas llevan
sobre la tierra. Han nacido, ¡incluso antes! del nacimiento de mis antepasados.
- ¡Son como ustedes los seres humanos, presas
de una condición única! ¿Podrá el pequeño, crecer por encima de sí mismo? ¿Es
tan difícil para el pobre, sin la necesidad de muchos años, llegar a un volumen
considerable?
- ¿O es que nuestras clases son tan rígidas
como ustedes? Rocas del camino, que solo están allí pasivas: ¡cada una tratando
de vivir sus propias vidas, a orillas de la vida!
- ¡Es verdad que son inertes! ¡Muertas
incluso!: ¡Puede cualquier ser vivo patearles a un incierto destino!: ¡Tu! -
dicen ellos - Serás parte de este muro, - ¡Y tú! ¡Insignificante estorbo,
servirás de buena cuña!
- ¡Y así es como su pacifica inacción, les
vuelve instrumentos de hábiles manos!
Arruga su frente Santiago y, reprende molesto
contra la nada.
- ¡Yo no seré como ustedes! ¡Miserables y serviles!;
rocas del camino.
- ¡Quisiera poca cosa, si solo tratara de
compararme con los dioses! ¡Estos padecen de una terrible pereza e inacción!
¡Yo quiero ser como ese árbol, que nunca bajo los vientos se deja vencer!
¡Quiero ser yo como esas montañas que, a lo lejos, todos sueñan con llegar y,
una vez en ellas, se perfilan aun a la distancia nuevas e infinitas
cordilleras!
- ¡Y oídme bien, rocas miserables! No deseo
nunca que entendáis mis motivos, no es mi intención confundirles: solo que sus
sordas existencias son incapaces de penetrar las tonalidades de este mí aun,
pobre lenguaje.
Así Santiago desaparece en medio de la tarde
con rumbo hacia su casa.
Llega Santiago a su casa, tras de sí traía
toda la esperanza, era como tener secretamente la solución a todos los
problemas, un aura que llena al portador de tal dicha, de una felicidad que
para los demás es algo inexplicable.
Le contaba Maia de las dificultades, de cosas
necesarias que aún no podían suplir, a lo cual el solamente asentía con la
cabeza, como dando a entender con una leve sonrisa que este era un problema sin
real importancia. El futuro se abria ante el como un mar de infinitas
posibilidades. Llamo a Jacintito y le dijo alegremente.
- Ven Jacintito, vamos a la plaza, correrás
todo lo que quieras en el parque, hoy no pondré para ti, límites de velocidad.
El pequeño sonrió a sus anchas, muy feliz de
ver el estrés evaporarse de los vivaces ojos de su padre.
Se puso muy a prisa los zapatos y en pocos
segundos estaba ya listo para salir. Maia, la cual aún se encontraba algo
asombrada de toda esta nueva conducta de su esposo, no puso reparo alguno, a
pesar de que ya estaba anocheciendo.
Así se fueron los dos, camino a la plaza del
pueblo, detrás de ellos el canto misterioso de los pájaros nocturnos, los
grillos y la media luna.
Pregunta Jacinto a su padre al escuchar el
sonido de los insectos y aves nocturnas.
- Papi, ¿Dónde es que viven los pájaros que
salen por la noche? ¿Son iguales a los pájaros del día?
Pensativo, pero con ternura en su voz, le
responde Santiago.
- ¡Ha! ¡Mi pequeño! Son muy parecidos a los
mismos que vez durante el día, mas su pasión no se encuentra en la luz del sol,
se han acostumbrado a buscar por la noche el amor y el sustento, lo cual no
impide con ello, que sea igual o más lindo aun su canto que los del amanecer.
A lo que le dice Jacinto.
- ¡Es seguro papi! ¿Cómo le harán para ver,
para cantar tan bonito?
- Eso, aun no lo sé hijo -Le responde Santiago.
Es entonces que Jacinto señala hacia el
horizonte, justo a la zona en la cual Santiago tenía su preciada huerta, el
padre voltea a ver de inmediato y se percata de una cálida luz proveniente del
lugar, a pesar de no ser excesivamente brillante, se pueden de ella percibir
muchos colores, predominando el azul, el rojo y el amarillo.
Toma de la mano a Jacintito y le pide
acompañarlo, van por el camino, disfrutando a cada instante de ese particular
arcoíris nocturno.
Una vez llegados al lugar las luces se han
apagado por completo y solo les iluminan los mágicos rayos de la luna, todas
las Hortalizas han vuelto a su anterior estado, desapareciendo por completo y,
vuelto la tierra solo a semillas.
Voltea rápidamente Santiago hacia el altar de
la Diosa, decepcionado de no poder allí encontrarle.
Jacintito Observa maravillado, y dice a su
padre.
- ¡Mira Papi! Es un cofrecito de madera.
Al principio Santiago no es capaz de ver
absolutamente nada, pero conforme sus ojos de adaptan a la nueva condición de
luz, le es posible discernirlo.
Se acerca Jacintito al objeto y tomándolo con
sus inocentes manos, lo entrega a su padre.
Al abrirlo, encuentra en el Santiago, una
pequeña y hermosa estatuilla de oro, y como colchón: joyas de la más exquisita
belleza.
Jura en ese momento, con sus ojos fijos sobre
la tierra de cultivo, que esta nueva madre, le acompañara siempre en su
corazón.
Han aquí acabado las penurias, existe ahora
para Jacinto un nuevo destino, libre de la limitación.
Con lágrimas de regocijo dice a su hijo:
- ¡Ho! Mí querido Jacintito, sin saber bien
del porque he sido recompensado: La madre, oculta dentro de la tierra ha visto
mis penurias y anhelos, ha divisado para ti un nuevo futuro, Te veré
sobrepasarme y, rozar con tus manos las nubes del cielo.
- Me ha regalado mi Diosa en ti; La
inmortalidad.
- ¡Mi Hermosa Maia! ¡Veré por fin,
desaparecer de ti, la preocupación!
FIN.
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