Historia de una joven mujer llamada maría, la cual, después de una noche de pasión y desvelo se ve atrapada por el influjo de un siniestro espíritu, al cual trata a través de la lujuria de poseer su cuerpo.
parte de cuentos de Ficción y Reflexión.
parte de cuentos de Ficción y Reflexión.
-
Tenía ya más de un siglo de acomodarme lentamente en aquella vieja grieta de la
pared, veo como aquellos, que aun con cuerpo no saben aprovechar las dichas de
aun poseer la carne, la oportunidad de respirar el aire y, comer de las
delicias.
-
Hoy como siempre, y sin consciencia casi de los días, espero la oportunidad de deslizarme
en las entrañas ajenas y con ello buscar la añorada vida, que antaño no supe
como valorar.
Estas
eran las palabras del siniestro espíritu que reposaba en una vieja grieta,
acomodado en lo más profundo de aquella pared que nunca seca, era amiga de los
hongos y la sombra de las telarañas.
Era
en la esquina de la puerta de la vieja casona abandonada, que reposaba el mojo
maligno, a espera siempre de un alma débil a quien robar la mente y el corazón.
María
lloraba esa, y como todas las noches bajo el viejo árbol de morro; donde entre
sus hojas dicen, se mecen los duendes y las hadas.
Eran
aquellas las lágrimas de la soledad y la desesperación, de una persona que en
busca de un sentido en la vida ha consagrado su cuerpo ya a muchos hombres:
Nunca entre ellos pudo encontrar una sola caricia sincera, una canción de amor
o cuando menos, la falsedad de un calor placentero.
¡Todos
han visto nada más en ella las delicias de una mujer fácil de convencer…!
Es
por esto que en los ríos del aguardiente se baña ella y al frio árbol de morro:
lo riega de su cálida estampida y, sus hojas de marchitas lloran en las eternas
noches del campo.
Canta
llorando a la noche, a los árboles secos, y a las aguas del pantano.
En
la grieta espera nuevamente el espíritu maligno un alma impura, que llena de
huecos sea propicia para cualquiera que él sepa de su fragilidad.
Un
alma que no pida más que el placer y la avaricia, la pasión y los llantos de
consuelo.
-
A lo lejos escucho los cantos y la música, las risas de los fiesteros de
aquellas mis noches esplendidas, el baile y el mirar de todos, la calidez de
sus miradas y el polvo contra la luz de las llamas.
-
No quiero perder por ningún motivo este recuerdo tan vivo y duradero, el cual
atesoro como si fuera lo único, que en mi pasada vida hubiese hecho.
-
No sé si alguna vez he tenido padres o hermanos, amigos o enemigos.
-
Lo único que en mi existe es el deseo y el ansia, un ansia perversa de saciarme
por completo en aquella danza, de gozar sin parar con un hermoso hombre; de ser
poseedora y posesa de su vida y aliento.
-
Quiero solo sin parar tirarme al suelo y a carcajadas burlarme de esta noche en
la cual sin cuerpo, estoy privada de todo lo que más locamente añoro.
-
¡Ha…!
-
…
Así
en la grieta de la pared espera el espíritu maligno un alma a la cual poseer,
ha perdido la conciencia de su anterior vida, no sabe si tuvo madre o padre,
hermanos o hijos. Todos estos recuerdos le han sido vedados. Su infierno es
vivir el ansia de aquellos los placeres en los cuales su vida tiro en
desperdicio: padecer en escasez, de aquello que en vida añoró más que el amor.
Ya
ha otras veces poseído almas de hombres y mujeres, en aquellos breves instantes
cuando las jovencillas salen a escondidas de sus padres a las fiestas, y ella
puede, aun a la distancia apoderarse de sus mentes inocentes: inducirles a la
lujuria, al placer, a la rebeldía y la inhibición.
Y
aunque esto no le sacia, le permite darse cuenta de que puede, en ocasiones
entrar en pequeños huecos del alma, en aquellos escondrijos donde habitan la
culpa y los miedos, la libido y los tambores del placer.
Esos
justamente que, en la pubertad agitan con mayor fuerza los jóvenes corazones.
Decide
así, ya muy ebria María tomar camino hacia la zona, que nocturna nunca muere de
noche. Allí donde los bailes nunca terminan y, donde también terminan todos los
bailantes.
Donde
siempre hay un lecho donde caer arrastrada, donde siempre hay unos brazos
dispuestos y, donde nunca uno debe entregarse a dormir.
¡Si
María!, no sabes dónde te diriges, no sabes aun donde terminará tu noche de
felicidad.
Los
tambores no paraban de tronar, un ritmo que inconstante parecía nunca terminar.
Mulatos
y negros, indios y blancos en esa noche, no paraba ninguno de bailar.
Temerosa
María entra a las puertas de la taberna y se esconde detrás de los palos de
bambú.
El
tabernero la mira y afina sus ojos, a media sonrisa se ríe de ella, y en
silencio la invita a continuar.
María
al verle siente por fin latir su corazón, como desde hace años una emoción no
agitaba sus entrañas, un vicio de nunca parar, entra y sale la risa y el tronco
flota a las orillas del mar.
Por
su piel expira el sudor; ¡rico sabor de mujer y pasión!
Sale
detrás de los bambús y camina donde su anfitrión, le seduce con la mirada, le
invita sin reparos al coquetear; a tomarle de la mano y besar la miel de su
corazón.
Él
le ríe sinceramente, y tomando lo mejor de su taberna, la invita a un trago por
su carnosa boca deslizar.
Así
sin reparos se entrega esa noche a los bailes. Los negros entran y entre cantos
la hacen seguirles a la pista, que de tierra brilla negra y fértil.
La
invitan donde los músicos tocan, un pequeño patio de polvo oscuro, con color a
rojo y polvoriento calor.
¡Si!
En esa puerta de entrada, en una grieta oscura habita el espíritu maligno, el
siniestro mojo a espera de un cuerpo deudor.
María
siente el dañino calor de una garra sobre sus hombros: algo que retira de ella
lo poco del recato que aun guardaba, a sus oídos la música coge nuevos brillos,
de rítmica aumenta su volumen, mueve casi sin consciencia ya las caderas y, a
media sonrisa sigue aquel mareante compás.
En
el centro, a la vista de todos, constante e hirviente muestra sus talentos de
pechos firmes y jarrones: ¡como un incómodo pistilo en su entrepierna; que
quiere pero nunca puede saciar su sed de caricias!
Toma
el con sus firmes manos las caderas, es el negro que sin rostro, por detrás ha
llamado a su puerta, de rígido la domina y se deja guiar: ¡Desea pero no puede
someterse a caprichos de mujer!
La
noche entre roses y sutiles caricias: ¡Es esto un adiós para siempre a la
antigua María!
Así
bailo Ella toda la noche, drogada por el sentimiento y la inercia. Fueron no
solo uno, con varios esa noche gozó sin parar.
Los
tamboreros rieron alegres como nunca, como si esa noche hubieran visto a la más
divina de las diosas antiguas deleitarles. Nunca jamás habían ellos contemplado
a alguien, que con tanta pericia fuera capaz de seguir su frenético compás.
Entre
los efectos del alcohol escucha un susurro en sus oídos la inocente María.
-
“Baila preciosa, piel de linda y bella mulata sin consciencia”.
-
“Hoy hemos venido a divertirnos y disfrutar, dame a mí una noche de pasión y
desvelo, que quiero con la luna por fin danzar”.
-
“Me he encontrado en ti, mi bella María, seamos en esta noche nosotras mismas y
tirémonos al suelo”.
-
“Que sea nuestra alma presa del deseo, que no quede en este lugar nadie sin
besar lo más profundo de nosotras”.
-
“¡Tírate ya! María al suelo, que de esos hombres de acero, vamos a dejarnos
encantar”.
Así
María después de escuchar las palabras del espíritu Mojo, que la llamaba a los
pecados y el placer, se deja vencer de sus propios instintos; ¡como una vela
ardiente y palpitante llora en una grieta de pasión, aquel solitario pistilo de
la flor!
¡Ho…!
Tierra, con sus dedos como zarpas María se aferra a ti, presa de placer y
mareo, el polvo desprende fino. Como ya se perdió, no volverá; ¡ya no volverá…!
Al
día siguiente María aparece tirada en el patio y, el sol quema su piel de
mañana.
Despierta
lentamente, como no queriendo realmente despertar. Recuerda en ese instante
todo lo acontecido la anterior noche, o lo que al menos, ella cree recordar.
Más
en aquella vieja Casona no hay rastros de ninguna taberna, ni de tambores, ni
de músicos. Solo esta su cuerpo, que de verdad muy satisfecho, no quiere
despertar.
De
su entrepierna brota como espantoso, un fango que entre rojo y negruzco llena
de suciedad sus vestidos y su interior.
Se
levanta como puede y nota la mugre entre sus uñas: de cómo rascaba la pista de
barro recordó, de cómo gozó y se perdió: ¡ahora es vergüenza!, ¡ahora es dolor!
En
la casona vieja las puertas cerradas están como sordos testigos. Los rayos del
sol como delgados lazos tocan la superficie del suelo y, un leve vapor se
levanta recordando el fin de la madrugada.
Busca
abrir la puerta, mas con reparo siempre, de que no esté afuera nadie que algo
le pueda preguntar.
Sale
con temor y cuidado, y la mirada esconde por las calles; como sombra se quiere
deslizar.
En
la casa suya abre la puerta: en el baño y el agua santa se baña de frio, no
quiere esta agua en el fuego calentar. Ya limpia y vestida se tira a la cama
para dormir de verdad.
Pasa
así toda la mañana y el día, llegó también la noche, y María aun de la cama no
salía de aquel sueño reparador y profundo; que aunque intranquilo, era su único
consuelo. Este es para el depresivo su más cálida prisión; el sueño del olvido,
donde se pierde de sí mismo, donde en las noches es que sale el sol.
A
las doce de la media noche despierta María, más no abre aun sus ojos. Es el
constante tocar en el vidrio de la ventana, quien la pone ya a pensar: un tocar
seco y sereno, rítmico y sagaz.
Se
agita su corazón, ya que a pesar de no poder ver a quien a señas le llama, sabe
que si de levantarse da muestras, aquella ánima maligna le vera directamente a
los ojos, secara su alma, y se robara su aliento.
El
toque aun no para, ya son minutos que a paso de horas pasan y pasan sin pasar.
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
Como
el corazón ante la muerte, como un llanto en el funeral, así huele la noche; a
mortaja e intranquilidad.
Entre
sollozos puede María sentir aquel ser que sin parar toca a su ventana: como
husmea dentro de su interior: que como buitre espera no la muerte, sino la
consciencia de su subjetividad.
Sabe
María, aun de una forma no conocida, que aquel ser no puede tocarla aun
dormida, sabe María que es necesario que ella pueda verle directo a aquellos
ojos de remolino y profundidad.
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
Ya
son las dos y, aun la ventana no deja de sonar, a veces María piensa si será el
viento, a veces cree que es una rama del solar.
Pero
de inmediato recobra la razón, recuerda lo de la ya pasada noche y sabe, que
con esto no se debe de jugar.
Al
parecer derrotado el espíritu Mojo, decepcionada pareciera su tarea abandonar.
Cesan los toques de la ventana, mágicos minutos que ha María hacen suspirar.
Ve
en su imaginación como aquella que ayer poseyó su cuerpo, de luto se llena, da
la media vuelta y camina con la cabeza baja, de paso lento y la mirada de
cristal.
Siente
María que se va aquel ser derrotado ante la vida, siente María que por siempre
ya pudo escapar.
El
cantar apresurado de los gallos y palomas, anuncian el paso de un ánima
solitaria; una neblina que lenta y profunda, no deja nada sin secar.
Sin
darse cuenta, una media sonrisa hace a la joven delatar.
Pero
María sabe, o al menos siente, que rápido podría ella regresar.
¿Y
si no se ha aun ido? Así se pregunta María, y de su boca seca la lengua bebe,
la saliva que no quiere resbalar.
-
¡Si! ¿Y si, aun no se ha ido? Puedo su siniestra sonrisa imaginar, allí detrás
de la ventanilla, lame el vidrio sin parar.
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
Esta
vez con mayor fuerza, llena de ahínco y molestia y, así como reclamando lo
quitado.
Siente
en este reclamo María, que de ella no son ya sus manos.
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
Esta
vez con desespero, con anhelo y rabia y, así como reclamando lo quitado.
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
¡Toc…!
¡Toc…! ¡Toc…!
¡No
abras por favor los ojos María, que este Mojo ha de ti, ya tu cuerpo reclamado!
Dan
las tres de la mañana, la hora del eterno portal, donde las puertas del cielo y
el infierno se abren de par en par.
Las
cobijas en ese momento son como insondables murallas; una cúpula de protección,
un capullo de útero y madre, Seda de telaraña y trampa de falso descansar.
Una
suave sensación sube como vena en la pierna de María; quizá una hormiga que
camina, quizá un nervio despistado: se siente como si caminando, ya por su
rodilla va.
Ya
no hay toque en la ventana, han dado ya las tres y treinta y tres.
Parece
ahora como el tacto, unos dedos fríos como hielos.
Como
hogaza de tierno pan sus piernas ella acaricia, todo de abajo hasta arriba.
Como hombre y como mujer la tocan, Aquellos dedos muertos y fríos que no
quieren descansar.
María
ahora quiere por fin romper en llanto, en la madriguera del conejo ha penetrado
la serpiente en espera.
Ya
no puede más, ya un segundo no podrá más fingir su falso dormir.
Abre
los ojos, esperando todo sea solo su imaginación.
Mas
no hay verdad en tal y, la risa malévola de ella, con sus ojos de infierno la
mira sin parar.
Inerte
y sudorosa, no puede María suspirar, aquello que a sus ojos la ve directamente,
quiere toda su vida robar.
Hipnótica
y sonriente, la muerta hecha alma en pena, la mira y desea conquistar.
Se
acerca el espíritu maligno, ella no puede escapar, ya que ha sido, condenada a
reposar.
Aquel
calor de labios resquebrajados, de olor de carne muerta y seca; allí en la boca
de María quisieron terminar.
Es
un beso sucio y desahuciado: ¡un beso de muerto y posesión!
¡Así
durmió María con una lágrima llena de dolor, sabe que ha perdido todo y, quiere
ya solo nada recordar…!
Amanece;
el sol brilla de temprano, aunque bien podría ser ocaso, pues anuncia la
oscuridad.
No
sintió en ese mismo día María nada en particular, por instantes incluso pensó
que todo aquello, no había sido sino un mal sueño producto del desvelo.
Un
hambre voraz se apoderó de ella, comió de todo lo que tenía en casa, de las
pocas provisiones que guardaba nada dejó almacenar.
Entonces
abre la puerta para salir a la calle, cree pues ya es tiempo de olvidarse de
todo el asunto y la vida recobrar. ¿Quién sabe si aún para ella exista el amor
y la ternura, un galán de zapatillas o un músico de bigote audaz?
¿Quién
sabe si aún hay en la calle personas que no la miren con recelo?: Y si no es un
príncipe, cuando menos un sapo que la idolatre sin parar: Ni un padre, ni un
hermano, solo un hombre dulce a quien amar.
¿Podría
ser acaso? ¡No importa! ¡Hay que caminar…!
A
la capilla dirige sus pasos, donde sino allí podría encontrar consuelo, donde
sino allí, podría haber alguien de verdad.
A
la distancia ve la silueta de la vieja iglesia: es un barroco, que de noche
pasa a gótico.
¡Allí
hay pajarillos y paz…!
Las
palomas, como siempre en estos lugares hacen sus nidos, piensa María que eso es
prueba inequívoca del divino lugar.
Pero
al acercarse ella allí, las palomas huyen, despavoridas, como si la vida se les
fuese a arrancar.
Cerca
ya de la entrada detiene sus pasos, algo no le deja pasar, en un momento pensó
que era su propia voluntad: más claro no era así, ya que a pesar de querer
continuar, sus piernas no pudieron adelantar.
Trato
de rodear el sagrado recinto, en espera de poder por la parte trasera entrar.
Por
un arbolillo de fuera dio vueltas sin pensar.
-
¡Que estoy haciendo! que rodeo este árbol sin parar.
Así
se dijo María al darse cuenta que de allí, seguir no podía más.
A
la distancia ve las casas del pueblo, los techos de teja y una terrible
soledad: es como si estando frente al mundo entero se encontrara sola,
deambulando de acá para allá.
Ha
en otras ocasiones oído hablar sobre un viejo yerbero, el anciano, que todos
llaman malévolo: Es Nicanor de todos temido, de muchos lejano y huido.
Donde
va en busca de consejo o ayuda, dentro de su malignidad, solo quiere verdad
encontrar.
A
las personas mira pasar, no es capaz de por el viejo brujo preguntar, ya que
Teme se le piense, una hacedora de maldad.
Ve
a dos chicos a orillas del camino: uno tan blanco como la nieve, parece con el
sol danzar, otro negro azabache de tormenta, parecen ambos platicar.
Al
ver acercase a María se cuchichean entre ellos, y la hacen con esto dudar.
Así,
con nudo de miedo en la garganta se acerca a preguntar.
-
Hola pequeños, ¿me podrían decir donde vive aquel viejo, al que todos temen
mencionar?
Ellos
se ríen y le ignoran, toman como juguetes unas piedras del lugar. El blanco es
quien habla primero, mas sin con ello sus ojos del suelo retirar.
-
En la salida del barrio arriba, por un caminito es que está.
El
negro solo ríe y voltea donde su compañero diciendo.
-
No digas que nos has visto, o que te dijimos; que él nos podría embrujar.
Así
María ya más confiada dice a los pequeños, que de pronto para ella han tomado
normalidad.
-
¿Pero porque me temen tanto?, ¿Por qué? Si es que a la cara me miran, verán que
no tengo maldad.
Ellos
con el rostro sudoroso responden a unísono a la bella María.
-
¡No es a ti a quien tememos!
Así
mismo continúa solamente el niño blanco.
-
Es a la mujer que va detrás de ti, esa con la risa burlona y los ojos del mal.
María
se asusta mucho, y corre huyendo de aquellos siniestros niñatos, sin ni un
momento siquiera percatarse, de la siniestra sombra que detrás de ella va.
Llega
por fin al caminito del final, allá a la distancia una chimenea en medio de la
nada, es la casa del viejo Nicanor llena de oscuridad.
Camino,
caminito de misterios, es tu esencia como un riachuelo de blanca sal.
Camino,
caminito de oscuridad, donde el viejo hierbero me llevas al mal.
Camino,
caminito de fragilidad, paso incierto a la inmoralidad.
Me
pierdo caminito, ya no comprendo si vivo en realidad.
Desaparece
la silueta de María en la espesura de los matorrales, detrás de ella, aquella
ánima del mal.
Dentro
de sus oídos escucha María, una voz que le amenaza y susurra.
-
¡Detén ya tus pasos maldita!, ¡lo mío no me vas a robar!
Con
sollozos de llanto continua la siniestra voz en sus oídos.
-
¡No te moverás ni un paso más…!
-
¡Ven! Vamos a la plaza, allí puedo ver a la distancia un bello galán.
-
¿Dónde antes tuviste sino conmigo, un placer que hiciera tus entrañas vibrar?
-
¡Mira que puedo hacerte humedecer como esponja: siente como llueve por tus
muslos, la gota de hambriento y tímido jugar!
Apresura
sus pasos la inquieta María, con la excitación y el temor entre sus piernas; ¡aquel
espíritu no deja su sexo en paz!
Este
es quizá el punto donde, teniendo que elegir entre dos destinos toda alma se
debe debatir entre lo correcto y el placer.
¡De
verdad que sus bragas nadan como locas…!
Es
como un barquillo de papel que en lago
profundo y, como gajo de naranja; sol de verano y hielo el pulso fugaz.
Corre,
Corre y corre, así María de sí misma trata de escapar, por instantes creía ir
en dirección del pueblo y, hundirse en las aguas del mar.
A
la vista la casa siempre a la distancia, donde el viejo Nicanor se acerca ella
sin cesar.
Debatiéndose
entre la vida y la muerte, siente su alma ya casi perdida y corre sin parar.
Así
la voz del siniestro Mojo, a gritos la acosa sin dudar.
-
¡NO! ¡MALDITA!, déjame con tu cuerpo la vida gozar.
-
¡QUE TE DETENGAS TE ORDENO! ¡PARA YA DE CORRER O CAMINAR!
María
se detiene en medio de aquella nada, donde no se divisa sino monte, ramas,
saltamontes y soledad.
Sus
piernas a sus órdenes no responden, y rápido respira sin pausar.
María
en medio de esta confusión dice al siniestro mojo, que ahora siente es de
verdad.
-
¿Dónde estás? Déjame, vuelve donde antes y déjame parar.
Por
la fatiga y la sed María decide agua buscar, entre las ramas, no muy lejos el
arroyo escucha murmurar.
No
mucho es lo que camina, y lo mira así: es como una playa, es como una caverna,
su verdadero sentido no sabe descifrar.
Del
agua bebe y el roció de cristal.
Regresa
la voz del espíritu, y la hace de nuevo suspirar.
-
Descansadas ya estamos, déjate de manos suaves tocar.
La
excitación regresa, no la deja ni por un segundo descansar.
-
¡Tócate María! Conmigo ven a disfrutar, que si no te sacias ahora, de regreso
algún portentoso vaquero, podemos encontrar.
Se
acerca María de nuevo al agua, quiere su cara por completo mojar, detenerse
ante aquel deseo, que mordaz le devora por dentro, que sucio la hace como
mariposa volar.
Su
rostro baña una, dos, tres y cuatro veces, y siente con ello algo de paz.
En
el agua reflejada se ve María, con ojeras y sonrisa fugaz, de tristeza se
compadece de sí misma, con una lagrima quiso su alma consolar.
Pero
por detrás de ella, y de súbito la más maligna: el espíritu mojo en el reflejo
del agua, como infante en su espalda monta la parasitaria garrapata del mal.
Con
una mano sobre su cuello y la otra entre sus piernas, así reposa sobre ella el
espíritu infernal.
Huye
nuevamente María, aunque muy bien sabe, que no puede realmente escapar.
La
risa del vampiro malévolo va tras ella sin cesar, no es a la distancia sino en
sus oídos que se burla sin ni un segundo parar.
Llego
por fin la pobre María, a un viejo solar, donde tropezó junto a la piedra, y en
la tarde y el ocaso, durmió hasta la noche llegar.
¡No
era ni choza, ni casa extraña, era rustica y hermosa, la siniestra cabaña!
Así
fue María encontrada por el brujo y, dentro fue entonces llevada sin maña.
El
viejo Nicanor cocinaba sobre la estropeada y floja sartén: ¡cómo suena ese olor
tan liso y delicioso: dulzón y cálido el pescado pez!
Así
abre por fin maría los ojos, la silueta del anciano que sin enojo, le ofrece de
comer.
¡Sobre
la mesa el plato solitario y el viejo de cruzados brazos!
Siempre
debe por sobre el miedo dominar el hambre, incluso sobre la desconfianza, hay
dos instintos que luchan sin ninguno dominar de verdad.
Levantada
siente las rodillas temblar, es quizá la debilidad, el miedo, o el hambre que
no cesa de llamar.
Nicanor
ni por un segundo da muestras de simpatía o afinidad, solo aguarda en lo rígido
de una mirada mordaz.
Así
María por fin come y, sí que come de verdad. ¿Para que los cubiertos y
manteles, cuando el hambre doblega la sublimidad?
Sus
ojos un segundo en la comida y, el otro en la sombra del viejo audaz.
Como
bestia siempre a la defensiva, quiere toda la comida devorar.
El
plato ya está vacío y se escucha la voz del anciano llena de paz…:
-
A mí siempre me gustan las almas que comen así; con ganas de nada dejar.
-
No sé a qué le temes, si como loca has corrido hasta acá: ¡Nunca muchacha busques,
lo que sufres al encontrar!
-
Mira que esa perra que viene contigo, no deja por la ventana de mirar.
-
¿Dónde es que le has conseguido? Donde a está, que como niña caprichosa no para
de llorar.
María
entre el miedo y la confianza, responde con ojos y sorda faz:
-
No se…
Nicanor
le dicen, al que no debes engañar, sabe el muy bien que le miente de verdad.
Como
agua los ojos de María, ante aquella mirada que la desnuda sin dudar.
-
¡Si! Le conozco, esa es la realidad, en la vieja casona gozamos juntas sin
parar.
-
Me llevó del vicio al desenfreno, no supe cuando ya no tenía ni un segundo de
paz.
¡El
viejo no responde, solo la mira con piedad…!
En
llanto rompe María, como una niña a quien nadie puede consolar. Al suelo se
tira, a las sandalias de Nicanor besar.
-
Señor, por favor su ayuda, quiero mi vida continuar, que esa alma maldita, me
deje ya de atormentar.
-
Como pagarle ahora yo no tengo, aunque sea yo de por vida su empleada, quiero
solo la vida conservar.
La
media sonrisa entre el asombro, al máximo los ojos pelar; así reacciona el
anciano, ante aquella que le ruega sin cesar.
Por
un hueco a ras del suelo, debajo de la ventana de atrás, de allí es que sale el
gato, con su cola fugaz.
En
sus pequeñas fauces trae el astuto felino; es una rata que gorda cuesta su peso
cargar.
Se
divierte largo tiempo con la aún viva presa, a veces a propósito la deja
escapar.
Increíble
la sensación de libertad de aquella que, huidiza debajo del fregadero se quiere
ocultar. De pronto y de nuevo la zarpa del gato fiera, la quiere de nuevo
atrapar.
Como
un juego de nunca acabar el gato y su presa, solo él podría ser feliz de esa
forma fatal.
Un
respiro en María, al escuchar por fin la cabeza en los colmillos tronar; es
como si aburrido o cansado, el verdugo se dispusiera por fin a matar.
-
¡Ves María!, ¿lo has visto verdad?
Así
dijo Nicanor serio y excitado, al ver esa escena mordaz.
-
Así como con esa rata se divierte contigo, esa de la que tú no puedes escapar.
-
Pero claro, existe una diferencia abismal, ya que en tu caso, el gato por la
rata se deja cazar.
- ¡De
verdad que solo es de tener, fuerza de voluntad!
-
Ven sígueme, que te voy a curar, mi único regalo será, tu sonrisa encontrar.
Se
lleva el anciano a la joven, la lleva hacia el patio de atrás y, en la sombra
del quebracho, hace su sueño llegar.
En
silencio es que le llama a sus labios cerrar.
-
Sé que no puedes verle, pero allí detrás de la cerca está; es una hierba
sagrada, quien no la deja pasar.
-
Sábelo ya, que debajo de este árbol, la vamos a enterrar.
-
Ahora duerme, pequeña María, que esto a la media noche es que será.
Así
por fin un leve gesto de tranquilidad, ¡por fin!, ¡por fin!, pudo sus ojos
tranquila cerrar.
En
la vieja iglesia del pueblo, el oxidado reloj del campanario marca la hora de
las doce.
María
siente el frio recorrer todo su cuerpo, como si no recordando los
acontecimientos, buscara entre la fría roca sus cobijas. En lugar de ello son
unas largas, finas y peludas piernas quienes la arropan y, así como atrapada
siente un confortable y suave calor.
Nicanor,
en medio de su sueño la ha sacado fuera de su propiedad: En la mesa de piedra
reposa como manjar presentado a los dioses del infierno. Con una rosa seca entre
sus piernas y el más fino de los inciensos.
Una
ofrenda irresistible, como no la quisieran muchos mortales; esa hermosa mulata
de pechos firmes y jugosos que, víctima de su propia inocencia sueña solitaria
en el frio de la noche con placeres íntimos y prohibidos.
Su
vulva no es sino una represa, que reventando de deseo se desborda a través de
sus muslos agitados, ¿cómo no quisieran pues beber de estas aguas los más
impuros espíritus?: ¡Si es que es la fuente de la vida!, ¡si es que es, la
eterna juventud!
Así
el mojo llora ante el placer de poder tocarle, ansiosa de poder por fin
conquistar el reino de su cuerpo, relegarla a espectadora, y disfrutar de
nuevo, sin nada meditar.
María
aun no despertaba de ese sueño, en donde el Mojo la hacía viajar al jardín del
más lujurioso pecado, cuando el viejo Nicanor salía de su casa acompañado de
una cobarde e indefensa lamparilla.
Con
mirada de furia y espanto el mojo le mira en dirección de ella y de su presa.
Con
un grito fuerte y autoritario dice Nicanor a María.
- ¡Despierta
María, Mira que esta puta desgraciada ya ha venido!
Un
grito nuevamente, es la muerta queriendo al viejo asustar.
Nicanor
solo ríe y, lanza sobre ella, agua de ruda y uvas del frutal.
Despierta
María al sentir aquella agua fría y penetrante, como cuando huele en los
velorios, el suelo del altar.
El
mojo pasa de humano, a blanco y grueso gusano. Ha hecho en la vagina de María;
nido de insanas lamias y frenéticos caballos.
De
pequeño crece sólido y enorme, el repugnante ser, asiendo a la joven gemir de
amargo y dulce placer.
El
viejo no para sino de reír a carcajadas, al afilar con piedras de monte, el
machete con el que piensa deshacer.
Ya
está sino a un paso de la fresca María, siente aquellos olores de miel y de
deliciosa mujer.
El
abdomen aquel que se estremece, así de arriba respira abajo, en tierna ola y
secante satisfacer.
Por
allí justo es que el filo atraviesa, con su hoja de brillante y fría
inmortalidad.
-
¡Ha…!
¡Ho…!
Sino fue un grito aquel como el del parto, cuando aquella siniestra cesárea
daba como fruto el maligno engendro del mal.
Con
su mano aun sangrante Nicanor, de las entrañas de la joven tomaba con
desprecio, aquel teratoma infernal.
Era
la muerta, que hecha bola de informe carne, poseía desde adentro y se creía
invencible o imposible de arrancar.
Aquellos
ojos de María, abiertos como si contemplaran el rostro de un ser sobrenatural. Es
la mirada de Nicanor el viejo, que miraba el cadáver de la muerta lleno de
curiosidad.
Al
fin, dentro de un saco y junto a rezos escritos en papel, el siniestro mojo
anudo duro, sin nada flojo dejar.
No
podía creer aun María como después aun de todo aquello y, sin ni una mella a su
tranquilidad, el ahora pasivo anciano le costuraba, ¡así como si tuviera dulzura!,
¡así con fineza y serenidad!
Le
dijo después con el rostro sonriente y de tierna faz.
-
Ya hemos terminado muchacha, ¡ves que nada has sufrido de verdad!
A
lo que María no hizo sino mirarle, como asombrada de aquellas palabras que
considero falsas, pero que le llenaron de tranquilidad.
-
Gracias… - Le dijo al Viejo con vos quebrada y lágrimas de felicidad – de no
ser por usted, otra en mi vida, ocuparía el lugar.
Nicanor,
solo mueve lentamente su cabeza y contesta.
-
Por unos días te puedes quedar, hasta que tu herida sane, cuando esto pase, te
recomiendo no regresar nunca a este pueblo, vete lejos, donde puedas por fin
encontrar la felicidad.
-
Si puedes, cuenta como si fuera un cuento, esta historia a tus nietos y has con
ello, esta vela en medio del bosque nunca apagar.
Así
María se recuperó de sus heridas, y pudo no después de agradecer al viejo
Nicanor, su vida en otro lugar continuar.
¡¿Y
el Mojo?: pues ahora: en el patio de Nicanor, bajo el relajado árbol de
quebracho, encontró por fin la tumba y, bajo la cruz de madera santa y, junto a
sagradas hierbas, encontró por fin la eterna paz…!
FIN.
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