una pequeña aventura para antes de dormir, los sueños son lo unico que interesa a los seres de la noche.
El Fuego
Fatuo.
Viajaba sigiloso y fulgurante por las ramas y entre los árboles; el Fuego Fatuo
está acostumbrado a no prestar reparo a los peligros de la noche.
Cuando sus diamantinos y fríos ojos se fijan en la
ciudad de los seres humanos; la naturaleza de su ser se ve llamada hacia una
curiosidad mezquina.
Piensa en jugar en los parques y encontrar entre las
bancas vacías algún recuerdo perdido y memorable.
Así en veloz vuelo parte rasgando el sereno viento; ¡su
cuerpo de pura energía se ve alargado en neutral velocidad!
Su rostro maquillado de picardía; de electricidad y
océano turbulento sus dilatadas pupilas.
Abiertas al máximo posible sus palmas y dedos de
blancas raíces.
Una vez en el mundo diminuto de los hombres que se
sienten grandes; sobre el más alto de sus edificios se aferra cual para rayos
del cosmos; ¡cual desquiciado esqueleto en llamas de
puro placer!
¡Son muchos los sueños que salen a danzar sobre los
tejados!
Hay sobre las casas escenas de sensual e ilegitimo
placer.
Incontables niños y nuevos juguetes.
¿Pero si es que habrá quizá algún sueño por encima de
la vulgar y burda banalidad?
Salen a pasear las almas de los durmientes; más su
temor ante lo desconocido y misterioso les obliga a mantenerse siempre cercanos
al cuerpo, las pasiones y los placeres.
¡Les ve el Fuego Fatuo decepcionado!
Lo único que realmente le interesa son las almas puras. Es solo con ellas que
desea tratar sus recuerdos a cambio de su rico oro.
Como siempre él se decía a sí mismo: "- ¡Más vale
un alma inquieta; que un puñado de monedas vacías!"
Cierto que el oro no le hace falta alguna: ha nacido
el en el centro de una estrella, fábrica es el de oro al estallar como su
indómita madre.
Es de las casas que brota como estampida el humo por
las chimeneas, no es de verdad un humo producto de la quema de secos troncos;
es el humo de las almas humanas al consumirse en el caldero de la sociedad.
Así se encolerizan sus ojos y se estremece de profunda
ira, y por los aires rompe en gélidas láminas el oro reluciente y fino
proveniente de su cuerpo de pura energía.
Es como filosas navajas de afeitar que cortan a su
paso los cordones de plata; ¡son muchos los que no podrán regresar a sus
cuerpos por la mañana!
Fija su mirada en una casa alejada de los bulliciosos
escándalos: En ella una niña sueña tranquila y serena, es un aura de magnífica
alegría la que domina su tímido ambiente.
En sus sueños un hermoso castillo y un tranquilo he
inteligente príncipe que lucha contra el viento.
Corta su espada los sinsentidos de las palabras
adultas, y a los monstruos creados por ellas para atemorizarle.
¡Este es un sueño a la altura del gusto del Fuego
Fatuo!
¡Un sueño a la altura de los seres que siguen su
propia naturaleza!
¡No podría menos que felicitar al padre de la pequeña
por haber inspirado tan brillante y gallarda figura!
Se dirige fugaz y rampante; una sinérgica risilla lo
acompaña y sus ojos se achican ante el rápido viento y la felicidad.
Del sereno es que proviene su voz de dragante susurro.
- ¡Nosotros los fuegos fatuos no creemos en la
seriedad!
- ¡Quien conoce la sobriedad extrema; no sabe lo que
es la madurez y la alegría!
Llega por fin al tejado de aquella humilde casita; su
cuerpo se introduce en la chimenea mientras se estira y retuerce como chorro al
ser dragado por el insaciable remolino.
¡Ha decidido este día no pedir nada a cambio de su
oro!
¿¡Que sería de su justicia si quitará a esta pequeña a
su príncipe!?
¡No hay oro que pueda pagar por los sueños de
grandeza!
Se dirige a la habitación de la pequeña y deja junto a
su cama un hermoso cofrecito de fina madera silvestre y, estampado de robusto y
sólido pedernal negro.
En su interior las más delicadas joyas; ¡el oro más
puro!; ¡un oro tan puro que nunca ha sido tocado por manos humanas! ¡No es oro
de ninguna mina; nace de las propias entrañas de la más fulgurante estrella!
Piedras preciosas provenientes de las insondables
profundidades terrestres; ¡allá donde ningún hombre es capaz de penetrar!
Anillos moldeados por eufóricos duendes al calor de
sudorosas llamas, y pendientes de elfos locos: que enamorados de las
constelaciones las trajeron en forma de joyas a la tierra.
Este fue el regalo dado por el Fuego Fatuo a la niña
de puros sueños antes de partir nuevamente a las profundidades del bosque y
danzar como flotante destello sobre los lúgubres pantanos.
Viajaba sigiloso y fulgurante por las ramas y entre los árboles; el Fuego Fatuo
está acostumbrado a no prestar reparo a los peligros de la noche.
Cuando sus diamantinos y fríos ojos se fijan en la
ciudad de los seres humanos; la naturaleza de su ser se ve llamada hacia una
curiosidad mezquina.
Piensa en jugar en los parques y encontrar entre las
bancas vacías algún recuerdo perdido y memorable.
Así en veloz vuelo parte rasgando el sereno viento; ¡su
cuerpo de pura energía se ve alargado en neutral velocidad!
Su rostro maquillado de picardía; de electricidad y
océano turbulento sus dilatadas pupilas.
Abiertas al máximo posible sus palmas y dedos de
blancas raíces.
Una vez en el mundo diminuto de los hombres que se
sienten grandes; sobre el más alto de sus edificios se aferra cual para rayos
del cosmos; ¡cual desquiciado esqueleto en llamas de
puro placer!
¡Son muchos los sueños que salen a danzar sobre los
tejados!
Hay sobre las casas escenas de sensual e ilegitimo
placer.
Incontables niños y nuevos juguetes.
¿Pero si es que habrá quizá algún sueño por encima de
la vulgar y burda banalidad?
Salen a pasear las almas de los durmientes; más su
temor ante lo desconocido y misterioso les obliga a mantenerse siempre cercanos
al cuerpo, las pasiones y los placeres.
¡Les ve el Fuego Fatuo decepcionado!
Lo único que realmente le interesa son las almas puras. Es solo con ellas que
desea tratar sus recuerdos a cambio de su rico oro.
Como siempre él se decía a sí mismo: "- ¡Más vale
un alma inquieta; que un puñado de monedas vacías!"
Cierto que el oro no le hace falta alguna: ha nacido
el en el centro de una estrella, fábrica es el de oro al estallar como su
indómita madre.
Es de las casas que brota como estampida el humo por
las chimeneas, no es de verdad un humo producto de la quema de secos troncos;
es el humo de las almas humanas al consumirse en el caldero de la sociedad.
Así se encolerizan sus ojos y se estremece de profunda
ira, y por los aires rompe en gélidas láminas el oro reluciente y fino
proveniente de su cuerpo de pura energía.
Es como filosas navajas de afeitar que cortan a su
paso los cordones de plata; ¡son muchos los que no podrán regresar a sus
cuerpos por la mañana!
Fija su mirada en una casa alejada de los bulliciosos
escándalos: En ella una niña sueña tranquila y serena, es un aura de magnífica
alegría la que domina su tímido ambiente.
En sus sueños un hermoso castillo y un tranquilo he
inteligente príncipe que lucha contra el viento.
Corta su espada los sinsentidos de las palabras
adultas, y a los monstruos creados por ellas para atemorizarle.
¡Este es un sueño a la altura del gusto del Fuego
Fatuo!
¡Un sueño a la altura de los seres que siguen su
propia naturaleza!
¡No podría menos que felicitar al padre de la pequeña
por haber inspirado tan brillante y gallarda figura!
Se dirige fugaz y rampante; una sinérgica risilla lo
acompaña y sus ojos se achican ante el rápido viento y la felicidad.
Del sereno es que proviene su voz de dragante susurro.
- ¡Nosotros los fuegos fatuos no creemos en la
seriedad!
- ¡Quien conoce la sobriedad extrema; no sabe lo que
es la madurez y la alegría!
Llega por fin al tejado de aquella humilde casita; su
cuerpo se introduce en la chimenea mientras se estira y retuerce como chorro al
ser dragado por el insaciable remolino.
¡Ha decidido este día no pedir nada a cambio de su
oro!
¿¡Que sería de su justicia si quitará a esta pequeña a
su príncipe!?
¡No hay oro que pueda pagar por los sueños de
grandeza!
Se dirige a la habitación de la pequeña y deja junto a
su cama un hermoso cofrecito de fina madera silvestre y, estampado de robusto y
sólido pedernal negro.
En su interior las más delicadas joyas; ¡el oro más
puro!; ¡un oro tan puro que nunca ha sido tocado por manos humanas! ¡No es oro
de ninguna mina; nace de las propias entrañas de la más fulgurante estrella!
Piedras preciosas provenientes de las insondables
profundidades terrestres; ¡allá donde ningún hombre es capaz de penetrar!
Anillos moldeados por eufóricos duendes al calor de
sudorosas llamas, y pendientes de elfos locos: que enamorados de las
constelaciones las trajeron en forma de joyas a la tierra.
Este fue el regalo dado por el Fuego Fatuo a la niña
de puros sueños antes de partir nuevamente a las profundidades del bosque y
danzar como flotante destello sobre los lúgubres pantanos.